De Esmeraldas a Lima

POR: Fausto Jaramillo Y.

Los sucesos nacionales e internacionales que vivimos en esta época no nos permiten asimilarnos adecuada y profundamente: son tantos y tan variados que no nos dan tiempo a analizarlos correctamente y transformarlos en experiencias vitales personales y sociales.

La provincia de Esmeraldas ha sido el escenario donde la violencia delincuencial, según el gobierno, política según varios sectores sociales, ha cobrado vidas humanas y un buen número de heridos. Más allá de las explicaciones y acusaciones, lo cierto es que junto con las explosiones ha llegado al país, el miedo y la desconfianza. Si bien en el pasado hemos tenido eventos esporádicos de agresiones y muerte, lo continuos y bien planificados hacen prever que los autores tienen experiencia en ejecutar estos actos y ello nos mueve a pensar que estamos frente a una larga etapa de inestabilidad y afectación a nuestra seguridad.

No es tiempo de buscar culpables, eso es tarea política, pero lo que está sucediendo es de tal magnitud que lo que está en juego es la sobrevivencia y para ello se requiere juntar esfuerzos y tareas; lastimosamente la política divide y obstruye actuar de esa manera.

En lo internacional, la renuncia del presidente del Perú, Pedro Pablo Kuzcinsky, desestabiliza la región y muestra que la democracia continúa siendo una utopía difícil de alcanzar en nuestros países. Sin embargo, vale la pena intentar, siquiera, sacar alguna lección de este hecho, y para ello hay que destacar que la corrupción y la profunda separación entre política y la ética son los que acarrean desenlaces como el del Perú.

Las coimas de Oderbrecht y los intentos de compra de consciencias son las causas de la renuncia del presidente peruano. Deberíamos preguntarnos ¿acaso las coimas de Oderbrecht no se han conocido en el Ecuador? ¿la compra de votos y por tanto de consciencias, no han sido práctica común en nuestro país? Si las respuestas a las anteriores preguntas merecen una respuesta positiva, entonces ¿qué nos diferencia entre uno y otro pueblo, como para que las formas de enfrentar esos problemas, sean tan diferentes?

¿Por qué, en el Perú, el presidente renuncia, mientras que en el Ecuador, los políticos corruptos que recibieron esas coimas, gritan y pelean demandando pruebas ante notario, para aceptar su culpabilidad? Y lo más grave, sus fanáticos seguidores cierran los ojos ante las evidencias y testimonios y continúan adorando a los corruptos que se han enriquecido gracias a la inmoralidad rampante con la que se ha administrado los recursos públicos.

Mientras no maduremos como pueblo, las amenazas como la inseguridad y la corrupción, estarán presentes en nuestra cotidianidad. Madurar significa aceptar nuestras culpas y corregirlas, aceptar que nos equivocamos al elegir a nuestras autoridades y exigir el fin de la impunidad para que los corruptos paguen ante la ley sus fechorías, y ante el pueblo en las urnas.