Honor y solidaridad versus corrupción

La corrupción es el verdadero poder fáctico de las naciones, pero más poderosa es la fuerza luminosa de la solidaridad, la honestidad y el amor. “La belleza no se rinde ante el poder”, dice la canción. La lucha contra la corrupción está en el escenario político candente, en redes sociales o calles y tiene, también, un bello rostro solidario. Conmueven las heroicas historias de amigos, vecinos y familiares que enfrentan la adversidad económica desde una perspectiva solidaria, honesta y pacífica.

El amigo con título de una prestigiosa universidad europea no encuentra trabajo, sostiene a sus hijos con sus ahorros, cocina, vende su auto, ayuda al padre enfermo. El esposo sostiene a la familia y apoya a la esposa delicada de salud que ha sido despedida injustamente. Los hermanos pagan la reparación del auto viejo de la hermana jubilada que ha enfermado de las rodillas; ella apoya a la hija viuda. Tíos amorosos comparten cuentas médicas y estudios de sus sobrinos. Médicos que no cobran. Sacerdotes que acogen. Un plato de comida en la casa de los abuelos.

Mientras la corrupción convierte su corazón en piedra cínica y cuida siniestramente los secretos de su ignominia codiciosa, la ciudadanía resiste y se solidariza. La corrupción autoritaria, sinónimo de inquisición y prevaricación, desprestigia y persigue a adversarios, no reconoce sus abusos ni se disculpa.

La Contraloría estableció perjuicios al Estado por 15,7 millones relacionados con la gestión del exfuncionario Carlos Ochoa. Solo es un dato más de una maquinaria que, con los recursos sagrados de todos, aplastó el sustrato ético de la palabra revolución. Luis Hernández, Julio César Trujillo y otros rostros que oxigenan la política se han identificado con las aspiraciones de la honestidad ciudadana.

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