Rocío Silva
Aquí me encuentro, viendo una balacera, parece que es un ajuste de cuentas por mala repartición. Se ha formado un escenario de denuncias y contradenuncias, reclamos, alardes, trapos sucios, publicación de grabaciones de audios de conversaciones privadas, alaridos y acuerdos de media noche. En otras circunstancias me habría divertido mucho hacer un análisis semiótico de la discursiva del fiscal Baca, del presidente de la Asamblea Serrano, del excontralor Pólit.
Pero ante la muerte de una de las voces poéticas más resonantes de este país, todo lo deprimente que este circo de corrupción queda en un plano inferior. Sí, murió Euler Granda, el gran poeta que fuera médico psiquiatra. Me ha dolido mucho su partida, todavía me resuenan sus metafóricas descripciones que alardeaban de alegorías simples y taciturnas, que deambulaban entre los recovecos de los anhelos y la hojarasca de la última palabra.
Yo espero a mi amigo poeta Euler Granda, en un rincón de esta vorágine, entonces todos habrán de bajar la banderola y aunque no alcancen a comprender que todavía no es su hora de la hora; porque el verso de Euler seguirá gravitando con la fuerza y el desenfado que da el saberse libre. Volveremos a vernos como en ese momento que se quedó suspendida su mirada en mi emoción. Fue Euler Granda quien se me acercó luego de mi ponencia “Experiencias en la enseñanza de la Literatura” en un Encuentro Nacional de Literatura; para ese tiempo, yo era sólo una maestra irreverente que había escogido a la hermenéutica, como pedagogía metodológica de la Literatura. Debo aclarar que fue el desenfado que se tiene a los 24 años, lo que me llevó a aceptar esa invitación. A esta altura de la vida, pensaría mucho, y más aún si sé que participan escritores de la talla de mi admirado y querido Euler Granda.
¿Qué si conseguí algo con esa irreverencia? Me he preguntado alguna vez. -Sí, logré mucho, en primer lugar hacer de mis estudiantes lectores críticos y sensibles. Pero por sobre todo conseguí la atención y amistad de Euler Granda.