Pablo Escandón Montenegro
La voz de este comunicador quiteño fue símbolo de más de una generación hasta finales de los años 90, década en la cual la válida alternancia y frescura de los programas audiovisuales relegó a muchos expertos en su temática a espacios alternativos, marginales o de aislamiento.
Gustavo, desde su trinchera, se dedicó a sacar una licenciatura en Comunicación Social, con un trabajo de titulación orientado a su pasión y vida: la radio y en especial el radioteatro.
La narrativa sonora más tradicional es la que desarrolla, y es la que muy poco se explota: los dramatizados sobre Quito, las tradiciones y las semblanzas didácticas de músicos e intérpretes ecuatorianos. Su discoteca de música nacional es digna de cualquier musicólogo o etnomusicólogo, con la gran diferencia de que no analiza las obras para presentar resultados de investigación, sino para disfrutar del contenido, de las variaciones e intenciones de sus intérpretes.
Gustavo es un maestro que enseña con amor, que difunde con pasión su conocimiento y que mantiene una relación directa y afectiva con el sujeto/objeto de su enseñanza: la música y la radio.
Está recuperándose de un accidente que lo mantuvo lejos de sus actividades profesionales y docentes. El proceso ha sido lento, pero lleno de afectos y premios. El más reciente, el que le entregó la UNP por sus producciones radiofónicas sobre pensadores de la comunicación.
El premio más importante es que tiene vida y ganas de seguir produciendo radioteatros. Quiere formar una escuela de voces dramáticas para revivir, recrear y continuar con la tradición de la radio: contar historias y conversar sobre música. Algo escaso en el dial nacional, pues con los expertos en fútbol y los programas de entretenimiento, la caja tonta ahora es la radio y no la TV.