Pecadores o corruptos

Sara Serrrano Albuja

“Pecador sí. Corrupto no”. Con esta frase que hace parte de su libro “La cura contra la corrupción”, el Papa Francisco declaraba a los periodistas, según ACI Prensa, que el pecador reconoce su error y trata de frenarlo, mientras que la arrogancia le impide al corrupto mirar su error o pedir perdón: “la corrupción te va vaciando el alma, el cuerpo, y un corrupto está tan seguro de sí mismo que no puede volver atrás”. A la mayoría de nuestras familias les ha costado años de esfuerzo y sacrificios lograr las aspiraciones de salud, educación y vivienda para una vida digna.

A la corrupción no le duele la crisis ni la pobreza ni la naturaleza. Ningún ecuatoriano honesto, de cualquier credo o tendencia política, puede aceptar que la corrupción se haya engullido miles de millones. Si se compara esas cifras con los ejércitos de desempleados, nos queda la idea de una montaña de recursos vaciada en saco roto. La corrupción es nefasta para la patria. Su codicia imparable crea maquinarias con los dineros sagrados del país que deberían ser para nobles fines sociales y persigue a opositores y críticos, según sus conveniencias.

La corrupción no pelea limpiamente, es bajeza, no sabe apreciar los ideales ni los sueños individuales ni colectivos que forjan el corazón social. Más allá de los cambios que arroje la consulta, la ciudadanía tiene la tarea de luchar por la transparencia y la opinión plural con altura, debate y sin violencia. El debido proceso y la presunción de inocencia son ética democrática para la verdadera justicia. Otro reto será enfocarse, no en los nombres de caudillos, no en la politiquería, sino en la mejor convivencia.

Tal como ocurre en el mundial de fútbol, las reglas de juego deben ser para todos los que compiten: que un equipo haya ganado la copa no significa que se la quede de por vida. La democracia que se renueva es sana. La independencia de poderes, la institucionalidad, el principio de un estado fuerte y no autoritario no servirán de nada si no están al servicio de los objetivos estratégicos de una democracia participativa y deliberativa con sostenibilidad ética para el bien común.

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