Al universo

Mario José Cobo

Sin pensar en ti, contigo pienso.

Sol brillante, luna celeste. Carta azul, sentencia cósmica.

Lloran tus venas en la constelación de virgo los respiros insuficientes de un mundo perdido. Allí entre el kilómetro veinte y el siete está tu vía láctea, que giran sin reparo envueltos en la voluntad de un solo astro. Allí un mundo azul verdoso con un satélite en soledad va lloviendo su ácido e inundando sus costas deprimida por traición.

Nadie la escucha llorar, ni Venus su hermana, ni Marte su hermano mudo, que se pone rojo de tanto rabiar. La verdad se traduce en soledad, ya que al doblar la esquina del gordo Júpiter, Saturno hace llorar un violín que toca con aros fríos mientras mira a su alrededor y no encuentra el consuelo.

Allí en el espacio tiempo, en la galería de Andrómeda, planetas vagabundos coronan galaxias multicolores que sobrepasan de tamaño al egocentrismo de Urano que se aleja de mí.

Y así en materia obscura te sonrojas y prendes lucecillas en mis cielos, me envías canciones onduladas de fuerza onomástica, para recordarme que solo yo (por ahora), poseo el prodigio de conocerte y hablarte, que vivo entre balance y sin-balance, perdido y viajero en la carretera cósmica de mi propio ensueño.

Así cuéntame los minutos, háblame de horas tránsfugas en el sinsentido de tu espacio. Corre a trecientos mil kilómetros por segundo esa tu luz de armoniosa calma, la misma que figura y transfigura mi realidad superflua que me hace rodar en ejes relativos a tus pies danzantes que saltan y se mueven intranquilos al explotar una estrella crea mundos. Allí en la nébula violeta me dan cobijo tus caprichos de existencia; ahí normativa en asteroides, creas penas en confuso caos mientras vas haciendo y deshaciendo a tu gusto, aquí o allá, lejos o cerca, todo, nada. Quimeras quánticas, sentencia cambiante de naturaleza física.