Las máscaras son la esencia de la Diablada de Píllaro

TRADICIÓN. La careta de diablo es un elemnto clave en la indumentaria.
TRADICIÓN. La careta de diablo es un elemnto clave en la indumentaria.

Hasta el 6 de enero en Píllaro se vive una fiesta en la cual los diablos son los protagonistas.

Redacciòn TUNGURAHUA, LA HORA

Desde hace décadas, no se conoce exactamente la fecha, pero se cree que es desde la época de la Colonia la Diablada Pillareña se ha convertido en una de las celebraciones más importantes del país.

Del primero al 6 de enero, los diablos, las guarichas, los capariches, los chorizos y los danzantes de línea se toman Píllaro, cantón ubicado al noroeste de Tungurahua.

Un elemento primordial para el desarrollo de esta conmemoración son las caretas. Las personas que caracterizan al Diablo, además de la máscara visten atuendos compuestos por un pantaloncillo rojo que va hasta la rodilla con flequillos dorados a los filos, y la blusa o capa roja con filos bordados y flecos dorados. Las medias rosas ayudan a integrar a lo largo el color infernal, culminando el atuendo con las zapatillas negras.

Sin embargo, las enormes y aterrorizantes máscaras ponen el toque distintivo en esta festividad, que para muchos es la esencia misma de la Diablada, pues caracteriza al sentido pagano, rebelde y contestatario de su pueblo.

Patricio Sarabia, alcalde de Píllaro, dijo a EFE que durante esta celebración han llegado a su ciudad más de 150.000 personas, entre nacionales y extranjeros.

TRABAJO. Gustavo Jácome se dedica a la fabricación de máscaras y alquiler de disfraces.
TRABAJO. Gustavo Jácome se dedica a la fabricación de máscaras y alquiler de disfraces.

Integrante
Gustavo Jácome tiene 66 años y baila desde hace 55 en estas fiestas. Él elabora y comercializa las caretas en su local ubicado en el centro de Píllaro.

La confección, explica, es un trabajo que requiere de tiempo. Conjuntamente con sus colaboradores, desde enero comienza a fabricar las máscaras hasta las siguientes fiestas.

“Se utiliza el papel de las fundas de azúcar, de cemento o de papel periódico y el engrudo, que se hace de harina o de almidón de yuca. Mientras en el molde se siguen pegando pedazo por pedazo unas 15 capas para la careta de diablo y de ahí el ingenio y la habilidad se ponen de manifiesto, pues le va dando forma a la cara y el número de cachos es de acuerdo con el gusto del cliente, que pueden ir desde un par hasta 10 pares”, comenta Jácome.

ARTE. Esta careta gigante está valorada en 1.200 dólares y tiene cachos de toro y lana de llamingo.
ARTE. Esta careta gigante está valorada en 1.200 dólares y tiene cachos de toro y lana de llamingo.

Alquiler de disfraces
Fanny López junto con su esposo se dedica al alquiler de disfraces para la fiesta. También fabrican las máscaras utilizando materiales como el papel maché, engrudo, entre otros. Esta labor la realizan hace 10 años.

EL DATO
En el desfile de la Diablada Pillareña participan más de 3.000 personas.Ella explica que para poner los cachos y los dientes en las máscaras se hace primero un molde que sirve para hacer unas dos o tres docenas.

Esto se realiza en el transcurso de tres meses, ya que hay que esperar que se seque cada capa y luego añadir los dientes y pintarlos.

“En mi local tengo máscaras, cuestan desde 80 hasta 1.200 dólares, que es una careta bien grande que he vendido en ese precio. Se han llevado a España, a Estados Unidos y a un museo en Cuenca”, manifiesta López, quien también alquila las caretas en los días de fiesta desde los 12 hasta los 30 dólares, dependiendo de la que se quiera.

Doña Fanny con su esposo, asimismo, elaboran caretas de otros personajes, como por ejemplo del actual mandatario y expresidentes.

“La tradición antes era bailar solo con la blusa, el pantalón, la coronilla y la careta, ahora eso se está perdiendo, pues hay capas, chalecos y tantas cosas”, explicó Guamanquispe, quien es el creativo en la fabricación de caretas. (EO/RMC)

Sobre el origen
° La historia de la Diablada aparece desde la llegada de los españoles en la época Colonial. Según cuentan, los indígenas realizaban una ceremonia especial como protesta a la imposición de los opresores, que la consideraban como un acto del demonio, es decir, tomaban la personificación del diablo para rebelarse a los conquistadores españoles.

Néstor Bonilla es dueño del taller de máscaras de diablo, de nombre ‘Supay’, y forma parte del colectivo Minga Cultural. Cuenta que los repasos empiezan un mes antes de las fiestas, pero solo con las parejas de línea. “Antes era una cuestión mucho más reservada; sin embargo, ahora hay una participación masiva que integra a los jóvenes”, manifestó.

Sobre el símbolo del diablo para la visión actual de los jóvenes, Bonilla adujo que “ya no es uno que sirve para oprimir o para reprimir conciencias sino que está para liberar y para reivindicar la presencia de las comunidades en los espacios de poder”.