La anhelada paz

Luis Fernando Revelo

Se cuenta que durante la segunda guerra mundial, Jean Effel se consagró como dibujante. Sus dibujos destilaban humor fino, ternura y gracia. En una de sus pinturas se observa la figura de un aviador que arroja una bomba. De pronto aparece en escena un ángel quien la recoge y la devuelve al aviador diciéndole: – ¿Se le ha perdido esto, señor?

A Ud., estimado lector, ¿Se le perdió la paz?¿Se le perdió el verdadero significado de la Navidad? ¿Se le perdió la alegría, la felicidad, la autenticidad? ¿Se le perdió ese hermoso don de perdonar, de ser un instrumento de la paz del Señor? ¿Se le perdió esa capacidad de hablarle al otro, de escucharle porque su “yo” mete mucho ruido? ¿Se le perdió esa capacidad de acoger al otro, ese a quien debe unirse para llegar a ser el “hombre total”, el “hermano universal”?

Ya llega la Noche Buena, el mundo cristiano celebra el gran acontecimiento de Belén signado con la estrella inconmensurable de la paz y del amor. Tiempo propicio para devolver una sonrisa a los insultos de los demás, tiempo para impedir que estallen sobre los hombres las bombas explosivas de tanta amargura, malos entendidos, susceptibilidades hirientes, malos humores. Un proverbio hindú enseña: “Ningún hombre es enemigo tuyo, todos los hombres son tus maestros”. Perdona a aquellos que te hacen sufrir, porque te adiestran obligándote a elevarte sobre ti mismo.

Si el espíritu se decide a la paz, esta vendrá, será creada y, a su vez, será creadora. El espíritu habrá logrado asentarse en la paz. Y la paz es expansiva. Pero, hay que educar al espíritu. La paz ha de nacer en la buena voluntad. Esa fue la condición que pusieron los ángeles cuando cantaron en aquella noche jubilosa de Belén: ¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!