Impúdicos, impávidos o estúpidos

Carlos Freile

Al acercarse el final del año 2017 vale la pena volver la vista atrás y analizar someramente la actitud de los ecuatorianos frente a los valores permanentes de la vida humana. El resultado queda muy lejos de ser alentador. Es evidente que un pequeño grupo merece el apelativo lapidario de impúdicos: aquellos que violaron las leyes, los asaltates de los fondos públicos y quienes los protegieron de manera directa o indirecta. Sinvergüenzas de tomo y lomo.

El segundo grupo, numerosísimo, está compuesto por quienes, sabedores de los actos deshonestos y delictivos cometidos por los anteriores, se mantuvieron callados e indiferentes, impávidos, como si el atraco a los fondos públicos o la prostitución de la justicia no les llegara ni les perjudicara, miraron hacia otro lado con cobardía, tal vez con la esperanza de que alguna vez les toque el turno de beneficiarse de manera tramposa de los bienes de todos. Despreciables.

Los terceros, aquellos incapaces de darse cuenta de las cosas, también son legión: no miran más allá de sus narices, se regodean en su propia salza de mediocridad egoísta y no ven nada, no oyen nada, no dicen nada, casi han descendido al nivel infrahumano de las bestias, dedican su vida al placer pasajero. Tontos útiles. Impúdicos, impávidos o estúpidos aun frente a confesiones de parte, estratégicas o no, pero confesiones.

Una ínfima minoría de ecuatorianos se ha apartado de la norma: han obrado con ética, han denunciado la carcoma que nos destruye desde dentro, han entendido el gravísimo mal que enferma al Ecuador. A estos pocos individuos, hombres y mujeres valientes, perseguidos y encarcelados, algunos ancianos, les debemos la poca dignidad que nos queda como pueblo. Solo por ellos la descomposición moral que nos agobia no nos ha aniquilado todavía. Ellos han impedido que seamos un país enfermo en agonía, desahuciado. Lo peor de la década desperdiciada no es el robo material, es la malversación de los valores. Por eso tienen mayor mérito quienes han conservado la conciencia, el valor y la voz. A ellos, gracias.

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