Dos ciudadanos honorables

Por: FAUSTO MERINO MANCHENO

El fiscal Carlos Baca Mancheno se ha convertido en el pilar de la justicia ecuatoriana. Ha debido vencer las sensiblerías domésticas de amistades y simpatías políticas y se ha cubierto con la piel de la imparcialidad, justeza, y voluntad de trabajo agobiante, venciendo las suspicacias de ciertos opositores políticos que no creían en la rectitud de sus procedimientos.

Ha hecho -ya lo dijimos en artículo anterior- honor a su nombre y al de su familia. Esperamos que continúe una lucha inquebrantable para descubrir decenas de affaires de corrupción que han puesto al descubierto la doble moral de los aliancistas de manos limpias. Lo que les ha quedado son, los corazones ardidos de vergüenza, las manos sucias de corrupción y las mentes lúcidas de cinismo. Y ojalá se llegue hasta el jefe máximo de la conducción del país en esta época perdida, quien gobernaba todo y nada se podía hacer sin su visto bueno. Ahora alega que ha ignorado toda la corruptela y que su gobierno “inauguró la institucionalidad de la anticorrupción. ¡Qué descaro!

El abogado César Montúfar Mancheno, acusador particular en los casos derivados del escándalo Odebrecht, se ha jugado la vida en su afán de desmantelar al vicepresidente Glas. Su figura aparentemente frágil, su hablar razonado y nada altisonante pero claro y valeroso, ha sido como la figura quijotesca de la batalla contra los molinos de viento. Es decir, solitario y abriéndose paso por entre las envenenadas huestes correístas, ha asistido con verdadero tesón diariamente ante la Fiscalía General, a denuncias con documentos, las trafasías del caso, recibiendo en algún caso, empujones, groserías, y hasta el impacto de objetos lanzados contra su físico. Nada le arredró.

Continuó con tenacidad en su cometido, hasta que vio con satisfacción el fallo de la Corte que sentenció a los delincuentes al poco tiempo máximo que la ley en este caso determina. es decir, seis años de cárcel. Cuando un pobre campesino por hambre ha robado una gallina o una ama de casa agobiada por la pobreza o por las deudas es convencida de ser la mula transportadora de un pequeño alijo de cocaína, son sentenciados a diez y más años de prisión. Esta justicia desproporcionada, tiene que cambiar.

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