Riesgos

El deslave producido en el sector El Troje ocasionó una emergencia que afectó a centenares de miles de habitantes de Quito, especialmente del sur, que se vieron privados de agua, elemento imprescindible para la existencia humana.

El canal del Pita, que trae el líquido vital del Cotopaxi, quedó obstruido por relativamente pocas pero interminables horas que demostraron lo que sucede a las poblaciones cuando se presentan episodios naturales o antrópicos (causados por los seres humanos) que, en no pocas ocasiones, se manifiestan como desastres.

En nuestra capital no faltaron comentarios en torno a lo que acontecería por una erupción del coloso nevado que, no hay que olvidar, permanece activo y con una historia de siglos, estremecedora en lo que respecta a destrucción, muerte y zozobra en vastas zonas: las condiciones adversas se multiplicarían geométricamente y por mucho tiempo, no solo en lo concerniente al agua sino a luz eléctrica, alcantarillado, aluviones y más afectaciones a carreteras, viviendas, comunicaciones, hospitales, sitios de trabajo, produciendo ruina y caos generalizado, en fin.

El asunto no es alarmar sino ser realistas en lo referente a vulnerabilidades de las urbes o regiones, para llevar a cabo, con la debida oportunidad, acciones de prevención, como las que se realizan, de manera sistemática y responsable, en países de adelanto y peligro en la materia, que han sufrido catástrofes, como Japón. Se ha dicho que la clave al respecto es saber convivir con los riesgos.

El tema es de esta magnitud, de allí las justificadas preocupaciones que no se debe eludir: Organismos internacionales especializados han informado que, anualmente y en el planeta, desastres naturales ocasionan medio billón de dólares en pérdidas, arrastrando a la pobreza a un número aproximado de 26 millones de personas.

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