Un belén distinto

POR: Luis Fernando Revelo

Cuenta San Francisco de Tomás de Celano que allá por el siglo XIII, en Italia, San Francisco de Asís armaba su belén en Greccio. De ahí el origen de nuestros belenes. Vivía en aquella comarca un hombre llamado Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida. Unos 15 días antes de la Navidad, Francisco le ordenó: “Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén…”.

El hombre corrió presto, preparó el pesebre, se trajo el heno y se colocaron el buey y el asno. Entre los paisanos se escogió a la Virgen, a José, a los pastores. Aparecía en escena un verdadero nacimiento viviente y Greccio se convertía en una nueva Belén. Se entonan cánticos de alabanza. El Poverello está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros y traspasado de piedad. La idea de Francisco se extendió más tarde por Francia y España y cuando el nacimiento ya dejó de ser viviente para convertirse en figuras de barro, entonces España lo trajo a Latinoamérica.

Estremece aquel otro belén donde aparece una madre, que lucha por llevar un pan para sus hijos; un enfermo de cáncer o de SIDA, que sufre abandono total; un mendigo, que luce sus harapos y que espera nuestra solidaridad; un emigrante, que abandona su patria porque no encuentra trabajo; una prostituta, que trafica con su cuerpo para dar satisfacción a los mercaderes del vicio; un alcohólico, que dice ahogar sus penas en una botella de licor; una víctima del abuso sexual, con traumas y complejos.

Este belén no tiene connotaciones artísticas; pero seguro que Dios hecho Niño abrirá sus brazos y sonreirá porque “ha nacido el Verbo de la vida en el que todo fue hecho, hacia el que todo camina y en quien todos esperamos”.