Unasur se enmohece

Rosalía Arteaga Serrano

La Unión de Naciones del Sur, que empezó con el nombre de CASA (Comunidad Suramericana), tuvo su nacimiento en la hermosa y simbólica ciudad de Cusco, en Perú, con un signo político al calor de lo que entonces parecía la panacea para los países latinoamericanos con vientos de ‘socialismo reencauchado’.

La idea era agrupar en un organismo regional a los países del Sur del continente como un espacio de solución de conflictos, de discusión de temas trascendentales para la región y la posibilidad de que todos los países, grandes y pequeños, fueran tratados con absoluta igualdad, así como actuar como un bloque sólido en este mundo global en el que a veces aparecemos minúsculos frente a los intereses mundiales.

Unasur nació débil, traumatizada por un manejo ideológico político trasnochado, con una hermosa sede física en la Mitad del Mundo, haciendo de Quito la capital de Suramérica con un rol que podría ser semejante al que cumple Bruselas respecto de la Comunidad Europea.

Por mantener el estatus de país sede debe ser Ecuador, al margen de banderías y compadrazgos políticos, el país que impulse la vigencia de esta organización, el que dinamice la elección del Secretario General, el que retome temas tan importantes como la situación de Venezuela, aquejada de una grave crisis humanitaria, la que lidere procesos que apuntalen la paz en la región.

Unasur debería ser el órgano rector que canalice el trabajo de organizaciones intergubernamentales más pequeñas, encontrando la verdadera vocación de ellas, con la idea de volvernos más eficientes y pragmáticos, apuntando a solucionar problemas serios como los de salud y la deforestación, la comunicación aérea y vial y una la educación de calidad con movilidad estudiantil y de profesores.

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