Los ‘Nikitas’

Daniel Márquez Soares

Ante los ojos de quienes lo conocieron desde sus inicios, Nikita Jruschov nunca dejó de ser una especie de payaso malvado. Sobrevivió al gobierno de Iósif Stalin, actuando como esbirro incondicional y arrastrado bufón; dejó a su paso una legión de incómodas anécdotas sobre su indigno grado de sumisión. Apenas el dictador georgiano murió, por causas naturales, Nikita condujo una apresurada cacería de brujas para hacerse con el poder; para ello, se sirvió de todo lo que había aprendido y visto, en su época de perro faldero estalinista, de cada uno de sus rivales. El proceso culminó con la “desestalinización”: Jruschov denunciando las maldades del difunto dictador, posando como mártir y redentor. Los que querían seguir creyendo en el comunismo y en la Unión Soviética vieron en ese acto una esperanzadora señal de purificación. Los que conocían bien a Jruschov y los bastidores de ese mundo sabían que solo estaban presenciando una muestra de cobardía y el oportunismo nauseabundos, un capítulo más de la lucha por el poder en un sistema podrido.

Nadie valioso florece alrededor de los “hombres fuertes”; apenas esbirros y parásitos. Después de ellos, no viene la redención, sino la consolidación de la decadencia. Cuando mueren, sus aduladores, convertidos en paranoicos tras haber visto durante años al difunto jefe arrasar adversarios sin piedad, se devoran unos a otros. El vencedor no suele ser un portador de esperanza o correctivos, sino un inescrupuloso sobreviviente. Al fin y al cabo, una de las pocas cosas que un caudillo malvado puede garantizar es la absoluta falta de integridad y coraje de los que trabajaron bajo él.

Por eso resultan tan risibles y, al mismo tiempo, descorazonadoras las súbitas pretensiones de decencia del gobierno ecuatoriano. Cada funcionario converso que ahora presume de fuerza moralizadora no es más que un audaz Jruschov. Lama la atención que, en estos tiempos de abundantes archivos y testigos, tengan la audacia de actuar tan hipócritamente. Han olvidado que su Stalin está lejos, pero no ha muerto aún.

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