Sabores

Andrés Pachano

¡No, ya no existen!… La magia de sus colores, la de sus sabores y aromas se ha difuminado quizá para siempre, como se han extinguido también infancias y sueños que hacían posible su presencia.

Que quienes los fabricaban, es pregunta que se olvidó, que no era necesaria; lo urgente en esos momentos era el disponer de dos reales para ir a la carrera a la tienda del “señor mochano” en la Juan Benigno Vela y Montalvo, para hacernos de ocho “delicados” envueltos en papel de algún periódico desgastado de lecturas.

Su nombre siempre sonó a ironía; aquellas galletitas de harina de maíz horneadas casi al estado del carbón, de ninguna manera se disolvían en el paladar, todo lo contrario: su dureza era proverbial. Las comíamos a hurtadillas, en secreto, con miedo a ser descubiertos, porque tenían la fama de “hacer daño”, de enfermar (cosa que nunca ocurrió); aquella creencia los hacía más deliciosos, porque de golosina se convertían en cómplices de clandestinidades infantiles, por tanto eran más sabrosos; ese sabor: el del “delicado” y su aventura, fue sabor de la infancia que se nos ha quedado en la memoria.

¡No, ya no existen!… no he vuelto a ver a aquellas delicias cilíndricas de color rosado que envolvían a un dulce de color marrón y de nombre muy apropiado: “rompe muelas” las llamaban, las comprábamos en cualquier tienda de barrio a “real” por unidad y quienes no las podíamos triturar con “dientes y muelas de leche”, las manteníamos por horas disolviendo su miel entre los dedos. Tampoco existen ya “las cañas”, aquella suave melcocha envuelta en papel celofán y con una pasa de uva en su centro, eran caras, nos cobraban “dos reales” quizá por su sofisticada envoltura.

¡No, ya no existen!… aquellas señoras que, provistas de delantal, recorrían las calles de la ciudad “batiendo” melcocha y a viva voz gritando la dulzura de su miel caramelizada en distintos colores y sabores; ellas, perseguidas por tropeles de niños en busca de un bocado para empalagar por horas su paladar.

Esos dulces artesanales han desaparecido; su fervor, como aquel de la ciudad pequeña que conservaba el cariñoso color de la parroquia, ha sucumbido… Solo pervive su añejo rescoldo.