Despreciar a la prensa

Daniel Marquez Soares

Dada la polarización en nuestro entorno, quedan muy pocas cosas que los protagonistas de las diferentes tendencias ideológicas mantengan en común. Una, quizás, es el fútbol; otra, posiblemente, el nacionalismo. La única, la no tan nueva costumbre esnob que une a empresarios, intelectuales y académicos es el desprecio aleve por el periodismo.

No hay nada más oportuno para sonar inteligente, sobre todo en eventos intelectuales o académicos, que burlarse con una risita condescendiente de los errores de los periodistas. Si eso falla, se apela a contar una trágica historia en primera persona que detalle una despiadada injusticia sufrida a manos de la prensa linchadora y arbitraria.

Quienes adoptan ese comportamiento mezquino creen que el periodismo es aún ese actor rico y poderoso del pasado, que podía darse el lujo de tener agenda e intereses propios más complejos que llegar a fin de mes. Prefieren olvidar que la mal llamada “economía colaborativa de escala” ha acabado con el modelo de negocio que sostuvo a la buena prensa durante siglos y que lo que queda es un organismo frágil y en problemas.

La costumbre actual de humillar periodistas no es un acto de valiente rebeldía ante poderosos, sino uno de abuso de los débiles que trabajan en medio de la escasez de recursos; ese mismo proceder que los derechistas suelen criticar a los gobiernos y los izquierdistas a los derechistas.

Detrás de este comportamiento yace la absurda creencia de que puede haber una sociedad democrática próspera sin prensa. Convencidos de que es una fábrica de calumnias y de información mediocre, parecen convencidos de que pueden reemplazarla en su tarea de informar al grueso de la ciudadanía sobre temas de interés público y general. Como si fuera fácil.

Cuando un país con mala prensa opta por prescindir de ella, la alternativa es peor. El espacio de proveedora de información que esta ocupaba no permanece vacío, sino que es ocupado por alternativas peores, como el rumor y el secretismo cortesano. La prensa, incluso en sus malas épocas, no es un impedimento para el desarrollo, sino un requisito indispensable para él.

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