Infancia rota

Pablo Izquierdo Pinos

“Me liberé, saqué todo lo que tenía guardado”. Dijo siete años después una de las 46 víctimas de violencia sexual entre 2010 y 2011, en la Academia Pedro Traversari de Quito, “re-tratando” el sufrimiento añadido de ir repitiendo los relatos oscuros y brutales del abuso infantil. Estremecedor cuando adultos de confianza como profesores son responsables de la agresión. El sufrimiento de esos niños y niñas puede durar toda la vida.

Pero el silencio y las complicidades siempre apagan el conocimiento de los hechos: nuevamente los adultos desconocían o negaban aquello que podían sospechar o que les informaron, llegando al descaro de impedir un allanamiento judicial. Los niños indefensos, amenazados por la carga de poder que ejerce el pederasta, no hablaban. ¿Casualidad, que tanto la exrectora como uno de los agresores del Colegio Réplica de Guayaquil aparezcan fotografiados en manifestaciones como fervientes “revolucionarios”? ¿Por qué encubrieron? ¿Será que venimos de una década donde por miedo nadie se atrevía a hablar y la basura va reflotando poco a poco en todos los ámbitos? Así entendemos el apoyo y presión de la esposa del expresidente Correa a su colega -acusado de violación- en el colegio donde fue maestra.

La Fiscalía, el Ministerio de Educación, la Judicatura, redactaron protocolos, emitieron instructivos, establecieron pomposos convenios de cooperación. Sí, que no sirvieron. En el después, el daño es irreversible y los responsables fugan. Que estos crímenes no prescriban y que los cómplices paguen.

Si el silencio es la clave que impide intervenir la tortura que padecen cada vez más niños y niñas, se trata entonces de hablar. Las autoridades “competentes”-si lo son-, luego de pedir perdón e indemnizar a las víctimas, deben establecer verdaderas políticas de Estado en salud pública y educación sexual. La prevención hay que trabajarla desde casa y desde las propias escuelas: la primera herramienta para evitar el abuso sexual es enseñarles a los niños que su cuerpo es suyo y nadie puede tocarlo. Las escuelas deben buscar profesionales que les asesoren en esta materia. Lo peor que puede pasar es no hablar, el alivio al contarlo es inmenso y libera.

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