Reflexiones en un ático

Ugo Stornaiolo

Reflexivo nunca fue. Más bien son “desvaríos en un ático de Bruselas”. Hace cinco meses era el iluminado y sabio, adorado por sus corifeos y aclamado por multitudes (con escenografía montada para el efecto). Su presencia infundía temor reverencial en sus prosélitos.

El ático luce vacío, sin la parafernalia de 10 años de sabatinas, fastos y gastos. Siete horas de diferencia horaria. Tarde de otoño en Bruselas. Hora de la sabatina virtual: inútil ejercicio del poder perdido. Se esfuerza por no ser olvidado y le duele.

Lejos quedaron las camisas de Zuleta, aunque se paga su guardia personal con nuestros impuestos. No suenan las tarareadas consignas de la propaganda de otros tiempos, cuando ‘su’ mashi, Glas y los Alvarado festejaban sus ocurrencias.

El ático está vacío, perturbado, sin luz ni brillo. Se siente traicionado, aunque reconoce mejorías en su vida familiar. Quiere volver, “porque la patria está en peligro” y “traicionaron sus principios”, porque “los mediocres y desleales” están desandando su camino.

Creyó que, tras su salida, harían altares para el culto a su personalidad. Dijo ser la reencarnación del “gran ausente” (que Velasco Ibarra personificó por cuatro décadas). No. El ático de Bruselas es un reflejo de lo que RC representa: vacío, tedio y alivio.

Pensó que le erigirían estatuas, que pondrían su nombre en escuelas, puentes y carreteras, que dijo haber construido y de las que -cada vez menos-, se jactan sus partidarios más fervorosos. Pretendió que el inquilino de la cárcel 4 (que ojalá se quede ahí) le cuide las espaldas.

Quiso que su imagen esté presente en el pedestal de los prohombres de una patria en la que imponía su voluntad, dictaba leyes, perseguía oponentes, acallaba libertades y afectaba honras. Un país utópico en el que solo él creía. Dijo haber hecho una revolución y fundado el país.

Su ego es tan grande que no cabe en el ático. Bruselas, en una tarde de octubre: un lugar ideal para caminar y reflexionar, no para maquinar cómo seguir haciendo daño y esperar que el pueblo -a veces ciego y amnésico- pida su regreso. Es el otoño del caudillo…

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