La cruzada del cinismo

Daniel Marquez Soares

Una sociedad honesta es una mera abstracción, algo imposible de encontrar en la realidad. En una población honrada, en que la procedencia del dinero fuese siempre conocida, un delincuente sería un paria y su dinero sucio, inútil. Esa gente no robaría, impediría robos cuando pudiera y, para desincentivar el hurto, no le vendería nada a los ladrones. Si estuviera al tanto de que el Estado y sus funcionarios roban, les dispensarían, para no mancharse y hacerles entender a estos el valor de la honra, el mismo trato y respeto que a una banda de criminales: se rehusarían a mantener cualquier relación, personal o comercial, con ellos.

Siempre es bueno tener presente el ideal anterior, el verdadero significado de “honestidad” para no olvidar que, si nos pusiéramos muy moralistas, los ecuatorianos no necesitaríamos cárceles, sino gigantescos estadios para albergar a todo el que se ha beneficiado del Estado saqueador o del saqueo del Estado. Este profundo cinismo debe crecer, orgullosamente y con justa razón, ante la purga que está llevando a cabo Alianza PAIS entre sus filas y sus asociados.

Esta cruzada no es mérito nuestro, de los ecuatorianos, sino fruto accidental, bastardo, de investigaciones extranjeras. Alianza PAIS venció en las urnas y la mayoría de la población ya estaba al tanto de todo lo que ahora se ha “revelado” y no le importó. Durante diez años a la sociedad no le importó el saqueo mientras cayeran migas; fueron necesarias una crisis económica y una pelea interna en el poder, con intrigas y traiciones, para que se acabara la fiesta nacional del peculado y el derroche.

La justicia que celebramos es fruto de disputas cortesanas, no de la defensa de los valores que se supone que debería tener un pueblo democrático. La masa que ahora se rasga las vestiduras no dudó en darle poder total a quienes hoy la escandalizan; la elite hizo negocios con ellos durante una década. Cuando no lucramos del gobierno, los ecuatorianos exigimos un gobierno limitado y “honesto”; exigimos un Estado fuerte, desarrollista y “resuelto” cuando somos gerentes-propietarios y beneficiarios de ese “modelo de desarrollo”.

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