Rescatemos la decencia

Fausto Jaramillo Y.

Parecería que el drama disfrazado de comedio en el que los ecuatorianos hemos vivido ya algunos meses, está llegando a su fin; Pero, ojo, parece que está llegando a su fin, no significa que sea sinónimo de verdad ejecutoriada.

La trama de corrupción montada por la empresa Odebrecht, de Brasil, para satisfacer su ansia de inconmensurables ganancias, gracias a sobreprecios, coimas y otras “travesuritas” y en la aparecen como actores importantes, varias figuras políticas y gubernamentales, está siendo desmontada gracias a la justicia de otros países y no a la nuestro Ecuador. Las delaciones y documentos entregados a otras fiscalías aparecen en otros países y repercuten en el nuestro, pues, la fiscalía ya no puede seguir ocultando las verdades que, por varios meses, reposaban en sus escritorios.

Otras tramas referentes a otras obras públicas ejecutadas en los anteriores 11 años también han sido denunciadas, pero, ni siquiera se inician su investigación: allí están para muestra Caminosca, los contratos para la construcción de los edificios de las judicaturas; los sobreprecios en las carreteras como la Collas que significó, de largo, la carretera más cara del mundo; el negociado en las compras de las mal llamadas ambulancias; en los helicópteros Dhrub; en los radares chinos; y un largísimo etcétera, que marcan la crisis en la que nos encontramos. Tampoco se han pronunciado las autoridades de control sobre las denuncias recientemente presentadas por Fernando Villavicencio, sobre las trafasías en la venta de nuestro petróleo.

Y eso es lo más grave. Esa inactividad de las autoridades de control ha generado un ambiente de desconfianza en la justicia ecuatoriana. Ya nadie afirma que la justicia es independiente y por lo tanto digna de confianza. La justicia en esta década comentada, y quiero suponer que en décadas pasadas también, se ha convertido en una prostituta fina, cara, dispendiosa, a la solo pueden acceder los potentados económicos y los políticos que circulan por los pasillos del poder.

Esa justicia cuando no es ágil, independiente y serena, cuando somete sus fallos al tirano de turno, cuando obedece a la cantidad de billetes verdes que recibe sobre o bajo la mesa, no es justicia, produce impunidad y desconfianza; apesta a lo que la Biblia señala: “sepulcros blanqueados” relucientes en sus nuevos edificios, de los que emanan apestosos y nauseabundos olores a injusticia, a dinero, a obediencia al poder de turno, a sumisión esclava a los dictados del dinero y del poder. En un ambiente así, no puede vivir la democracia, no puede vivir la decencia, no puede subsistir la libertad y la paz.

Los ecuatorianos tenemos que rescatar la justicia si queremos alcanzar una vida digna; sacrificada, sí, pero digna, donde tengan cabida valores –lastimosamente ahora olvidados- como la honradez, el trabajo y la decencia.