Luz de Luna

Se dice que la luna llora por el día para coger fuerzas por la noche… tiene un trabajo casi insoportable, injustificable para la mayoría que la conoce y que la consuela cada mañana a las seis. Ella arropa a los niños sin techo y les canta canciones de rayos de luna, les seca las lágrimas y les consuela su injusticia con sueños de pan caliente y chocolate.

Pero también se queda limpiando la cocina con María, que suspira de soledad, mientras que el esposo se emborracha de pobreza, solo para regresar a casa y castigar a María por la incompetencia de su existir. Ella lo entiende, amándole por rutina y siguiendo el juego de la casita que desde niñas con su prima se acostumbraron a jugar mientras sus padres discutían por ironía.

Luna también vela por los corruptos, que encienden su lamparita de noche para guardar el dinero robado en el cajón de la veladora, creyéndose merecedores de los billetes del Señor Gómez, que tiene cabinas telefónicas y vende tabacos para comprarle la medicina a su señora que adolece de gordura.

Ella llora, porque ve como Jaime cada vez más pide dinero a su madre para comprar heroína que utiliza detrás de la parroquia que está cerca de la casa de Cristina; la misma que salió a fumar sola el viernes frente a la discoteca mientras llora de celos porque Eli su amiga le robó al novio con un beso fugaz en la pista de baile.

Por eso Luna aprovecha la noche para centrarse en Paco, que sale de su guardia en el Banco y va arrancando las margaritas de las macetas del municipio para llevárselas a Alexandra que le espera despierta para plantarle un beso de bienvenida. Se concentra en Martín que reza de rodillas por la salud de su hermana a la que quiere mucho, para curar una gripe que le ha dejado en cama. Se ríe con Carmen cuando su esposo bromea recordando su juventud. Pero aun así Luna se cansa, y se dice a ella misma, que ya va haciendo hora de tomarse un descanso.