Borrachera del poder

Manuel Castro M.

El último grado de la borrachera es cuando es cuando el embriagado niega lo evidente: su embriaguez. El poder también es embriagante, lo prueban estos diez años de la revolución ciudadana, pues niegan lo evidente: que ha habido corrupción masiva en el gobierno, tanto que algunos altos funcionarios han fugado y otros vinculados se defienden con una pasión digna de mejor causa. Como dicen los penalistas conocedores de la condición humana: con la misma entereza y lágrimas se defiende el inocente como el culpable.

Causa indignación, aunque no sorpresa, que los responsables de los crímenes de lavado de activos, concusión, peculado, hoy sostengan que se someten únicamente a los jueces competentes (inclusive la Contraloría), cuando se sabe que los jueces no son imparciales, pues provienen de nombramientos a dedo y sus antecedentes son haber servido incondicionalmente al anterior gobierno.

A las pruebas, que tanto reclaman los oficialistas, nos remitimos: desde los seiscientos mil dólares que los jueces entregaron al expresidente Correa, por no haber el Banco Pichincha dado de baja una tarjeta de cien dólares, el Chucky Seven (sentencias listas que se enviaban), juicio al Universo, a Bonil, prisión a los estudiantes del Central Técnico, sentencia a los veedores nombrados por el ex Presidente por no haber dado un informe a su gusto, hasta los juicios a la Comisión Nacional Anticorrupción.

Con cinismo los miembros Alianza PAIS afirman que no es tan importante el tratar y sancionar la corrupción, pues siempre ha existido, y que solo es una persecución mediática, cuando el crimen denunciado desde el extranjero y admitido por Odebrecht está más que probado. Conocido es que, hasta que pasaron las elecciones, el anterior Fiscal y todo el gobierno sabían los nombres de los involucrados.

Por defender un proyecto cuyos resultados han sido nefastos en lo económico y moral, se atropella a la justicia, a la ética y hasta al sentido común, olvidando lo que se grita en los inflamados e hipócritas discursos revolucionarios de que “La Patria está primero”.

El borracho quiere seguir bebiendo, los adictos al poder quieren seguir mandando, libres y lucrando. Recobren la lucidez, ya que como dijo Salomón: “No hay ningún secreto donde reina la embriaguez”.

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