Islas Galápagos I

Amo a las Islas Galápagos, por eso me duele y me aterroriza la presencia de la flota pesquera china merodeando la zona protegida de la reserva marina de Galápagos. La flota pesquera china está considerada como la fuerza depredadora de recursos naturales más poderosa y abominable del mundo. Una maquinaria extractiva de dimensiones gigantescas que, además, es fuente de corrupción, pues actúa en contubernio con los gobiernos de los países que permiten realizar estas actividades.

Como dije en un inicio, me duele pensar que un lugar como las Islas Galápagos, que merece el cuidado y respeto de todos, pueda ser víctima de la codicia y ceguera de quienes están obligados a cuidarlas y protegerlas, por eso quiero expresar en esta columna mi experiencia de vida en las islas encantadas.

En mi azarosa vida he conocido y he vivido en diversos lugares. Visité por primera vez las Islas Galápagos -Archipiélago de Colón, nombre oficial- en el año 1985. Me quedé fascinado por su belleza, su flora, su fauna y me hice la promesa de regresar algún día; y así lo hice diez años más tarde, ya casado –como diría Shakespeare: “Sólo su mala fortuna lleva al necio al altar o a la horca”- a vivir en Puerto Ayora, isla Santa Cruz, que a pesar de no ser la capital –lo es Puerto Baquerizo, isla San Cristóbal- es el motor económico y turístico del archipiélago.

En las “islas encantadas” permanecí alrededor de seis años, por lo que adquirí la cédula de colono o residente, situación que me permite gozar de algunos privilegios como residir, trabajar, pagar la mitad por los pasajes aéreos, casarme con alguna nativa de las islas, etc. En Puerto Ayora realicé algunas actividades: fui profesor de colegio, gerente de una cooperativa, escribía en un periódico local, tenía un programa de radio; trabajé en un barco de turismo… Continuará.