¿Etiquetas?, mejor no

Hay que decirlo claramente: tenemos un problema con las etiquetas, porque son cáscaras llenas de suposiciones. Cuando nos captura una etiqueta, las opiniones y creencias nos toman como rehenes. Es decir, aceptamos declaraciones sin evidencia alguna de su validez. Los supuestos se convierten en estereotipos que pronto pasarán a ser una falsa careta.
Familiares, profesores y amigos nos etiquetan sobre nuestra apariencia, personalidad, forma de trabajar, estilo o comportamiento general. Se repite tan a menudo que parece ser verdad, como explico en el libro ‘Despierta con Cala’.
Los seres humanos somos complejos, multifacéticos y multidimensionales. Cuando aplicamos etiquetas (no solo hacia los demás sino también a nosotros mismos), nos ponemos un filtro en la visión y estrechamos la vista. No se trata de abandonar las descripciones, pero existe una gran diferencia entre hechos y opiniones.
El uso de etiquetas puede llegar a ser hiriente. A los 17 años, la activista Carla Herrero ganó un premio educativo por compartir su experiencia sobre el bullying. Ella tenía más libras de peso que sus amigos, y esta etiqueta la hizo quedarse sola. Así fue encerrándose en sí misma e ir al colegio se convirtió en una auténtica pesadilla. Dejó de conocer quién era, qué le gustaba o qué quería. Le pusieron todo tipo de apodos para humillarla, pero lo más importante fue romper el silencio.
Entonces, ¿qué podemos hacer para evitar etiquetarlo todo?
Mantener el carácter, la integridad y la moral, pero dejar el resto abierto al universo de posibilidades.
Al conocer a alguien, ¡no lo etiquetemos! Es difícil, porque los seres humanos estamos programados, desde la infancia para juzgar, temer y desconfiar.
Descubrir las etiquetas que nos definen. Reflexionemos sobre los límites que nos han impuesto y cómo romper con ellos.
Las etiquetas se almacenan en nuestra mente de la misma manera en que fueron proyectadas sobre nosotros. Así podemos entender el poder de las palabras y los pensamientos. Es necesario entonces cultivar la aceptación y comprensión.
Las etiquetas son inflexibles y rígidas. No nos permiten comportarnos de manera diferente a la mal llamada ‘normalidad’. Siempre hay un juicio -positivo o negativo- que las acompaña. Cuando la etiqueta se ajusta a lo que somos, nos sentimos bien; pero si no encajamos, sucede todo lo contrario: nos vemos desembocados a la culpa, la vergüenza o el resentimiento.