Armas para Venezuela

Daniel Marquez Soares

Es cómodo pensar que Nicolás Maduro y sus seguidores son un atajo de tontos. Buscan resolver los problemas de su país con la filosofía política equivocada e insisten en su error porque su carencia de inteligencia y ceguera ideológica les impide aceptar su fracaso. Pero no es así.

Esta visión se ha popularizado porque constituye un masaje al ego de la derecha latinoamericana, a la que le fascina atacar al socialismo y acusar al populacho de subnormal. Maduro y los suyos no son tontos sino malvados. No son fracasados sino exitosos; tan exitosos que han extraído las lecciones de Castro y de las oligarquías latinoamericanas para forjar el más perfecto experimento de control político del continente.

Si todo estuviera mal, el régimen venezolano hubiese colapsado hace mucho tiempo, pero chavistas, militares y grupos económicos están en una situación muy cómoda, empleando las mismas mañas de los perennes oligarcas y generales latinoamericanos. Obtienen divisas duras a precio de cambio oficial para llevar a cabo importaciones que cambian en el mercado negro para obtener ganancias que cualquier banquero envidiaría. Controlan los monopolios internos, el mercado negro y venden petróleo en el mercado negro internacional.

Tuvieron éxito donde Cuba fracasó. No han tenido que lidiar con el intervencionismo paranoico de la Guerra Fría. A diferencia de la Cuba pobre y dependiente de la URSS, tienen petróleo, un mercado interno mucho mayor y han sabido diversificar sus líneas de crédito internacional con China, Rusia e inversionistas inescrupulosos. Han tenido a su disposición la tecnología actual, que ha mejorado de manera exponencial las posibilidades de propaganda, vigilancia y represión.

Las rebeliones populares son cada vez más costosas. Hace siglos, una masa de hambrientos con sus instrumentos de trabajo podían derrocar a un rey mientras que la lucha contra un Estado moderno requiere billones. Así, lo más probable es que nadie costee las armas para liberar Venezuela y entonces habremos visto la consolidación de un modelo de esclavitud moderno, posible, sostenible y cercano, que debería ponernos a temblar.

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