Ola migratoria venezolana

Rocío Silva

La decisión debe haber sido tomada en familia, en el momento en que sentían como el hambre y la incertidumbre, apretaban su estómago y cuello. Posiblemente debieron haber juntado todos los bolívares de la familia y allegados, que siempre serían pocos, para empezar el incierto viaje; en lo que lo único innegable, es su esperanza de sobrevivencia en algún punto de los países vecinos de su Venezuela.

En las pequeñas maletas de mano, no podían olvidarse de colocar los certificados de estudios, -aunque bien saben que muy poco les serán útiles, en el momento dado de conseguir un trabajo-, pero no pierden la esperanza de poderlos homologar y equiparar estudios.

Algunos de ellos y ellas se quedarán a probar suerte en Colombia, otros seguirán en su travesía hacia el Sur y buscarán ciudades como Guayaquil, Ibarra, Quito, Ambato; prefieren Ambato por el clima –han dicho- es como si estuviera conectado siempre el aire acondicionado, y ese es un recuerdo muy lejano, porque aire acondicionado es un lujo que hace mucho tiempo no se tiene en Venezuela; dicen que en Ambato la gente es muy acogedora, que las distancias son cortas y no les importa vivir en parroquias rurales. Una muchacha de facciones dulces y donaire del Caribe, con mucho recelo ha dicho que se sienten invasores, que no quitan trabajo a nadie, tan solo aprovechan la oportunidad que el flujo comercial de Ambato les ha brindado.

Se los ve por todas partes a los hermanos venezolanos, quienes han corrido con mejor suerte trabajan en restaurantes, guardias de condominios, mecánicas, talleres artesanales, muchos de ellos se dedican a trabajos informales; en todos ellos sin excepción alguna, hay una mirada en lontananza que reclama esa parte suya indescriptible que se quedó en su Venezuela.

Organizaciones de derechos humanos estiman que en los últimos cinco años unos 28.000 venezolanos ingresaron a Ecuador y no registraron su salida del país, ha sucedido que cuando reciben una muestra de afecto, suelen decir “cuiden su país”, atrás de esa frase, se esconde el dolor de sangre por una Venezuela rota.