Adiós Mons. Saráuz

POR: Luis Fernando Revelo

Recias columnas de la Iglesia ecuatoriana han muerto en los últimos tiempos. Hoy se suma la de Mons. Clímaco Jacinto Saráuz, cuya desaparición cubre de crespones a las Diócesis de Ibarra, Tulcán y Azogues. Parece que fue ayer, no más, cuando la Casa de la Cultura Núcleo de Imbabura, con enorme satisfacción, publicaba el opúsculo “Cuarenta años de labor sacerdotal en la Diócesis de Ibarra”. Con ágil y castiza prosa nos hablaba de su servicio pastoral pleno de sabrosas crónicas y testimoniales recuerdos en las parroquias: María Auxiliadora de Quiroga; San Isidro Labrador del cantón Espejo; la Dolorosa y Tufiño de Tulcán; Santa Martha de Atuntaqui y San Antonio de Ibarra.

Su vida recta y firme, como de acero toledano, la huella luminosa, perdurable que supo imprimir Mons. Saráuz en cada grey encomendada, constituyen los perfiles más altos del Prelado de incansable dinamismo apostólico, formador de sacerdotes y orador sagrado de alta categoría. No hay parroquia que no conserve el testimonio de su munificencia, de sus proyectos de ayuda social y cooperativista.

Con la reciedumbre propia del roble, que ha hincado sus raíces profundas en el suelo, con la entereza que le ha abroquelado contra los embates propios que se yerguen en la existencia humana, su tránsito vital deja una estela de imponderables realizaciones, que le mereció el broncíneo homenaje que le tributara la Diócesis de Azogues por sus 18 años de fecundo periplo episcopal.

A los 92 años de proficua existencia baja a la tumba su arcilla perecedera, con esa apertura de las almas que caracteriza “la muerte del justo”, elogiada por el Libro de la Sabiduría, mientras su diáfano espíritu vuelve al regazo eterno de Dios y su memoria comienza a transitar la imperecedera ruta.

¡Paz en su tumba!