Leyenda: ‘El diablo está sentado con un plato de arena en la cascada de Peguche’

TRADICIÓN. Los indígenas cuentan sus historias a sus familiares y personas que les rodean. (Foto: Archivo de La Hora)
TRADICIÓN. Los indígenas cuentan sus historias a sus familiares y personas que les rodean. (Foto: Archivo de La Hora)

Parte de la tradición oral de los indígenas son sus historias. Afirman que todas tienen algo de verdad.

Otavalo es una de las ciudades que se encuentran en Imbabura. Esta alberga muchas de las raíces de la cultura nacional. Los aproximadamente 65 mil indígenas que habitan en este sector pertenecen a la etnia Kichwa y se encuentran distribuidos en distintas comunidades, entre las cuales destacan: Agato, La Bolsa, Peguche, Quinchuquí, Cotama e Ilumán.

Aunque han pasado los años, los habitantes de este sitio han fortalecido y transmitido a las nuevas generaciones todos sus conocimientos, costumbres y tradiciones que han sido recibidas por sus ancestros, entre ellas está la leyenda que envuelve a un lugar místico, característico y emblemático de esta ciudad: la cascada de Peguche.

Mishelle Santillan, indígena del lugar y conocedora del tema, afirma que en torno a esta “mágica” cascada hay varias leyendas que han permanecido vivas a lo largo de los años dentro de su entorno. “Los abuelos son prácticamente los encargados de difundir este tipo de historias para que se compartan entre nosotros”, agrega.

Hay una cueva

La leyenda principal que guarda la cascada de Peguche es que en su interior existe una cueva donde está una paila llena de oro.

Se dice que esta enorme cacerola está custodiada por dos grandes perros negros y a un costado de la misma está sentado el diablo con un plato de arena, que es intercambiado por la paila de oro a manera de préstamo para quienes desean hacer negocios con este personaje. La condición es que a diario se vaya desechando un granito de arena y si el plazo se vence y el pago no se efectúa, cuando se termina hasta el último rezago de arena, el diablo se apodera del alma de quien realizó el trato.

ESPACIO. Esta cascada es uno de los principales destinos turísticos de Otavalo. (Foto: Archivo de La Hora)
ESPACIO. Esta cascada es uno de los principales destinos turísticos de Otavalo. (Foto: Archivo de La Hora)

El corta cabezas

Cuenta la leyenda que una tarde, hace muchísimos años, el Jefe Político de Otavalo había viajado a Peguche por invitación de un indígena en cuya casa había una fiesta y la bebida era abundante. El hombre tomó un trago y luego otro y otro, hasta perder la cuenta. Como ya se acercaba la media noche, pese a su estado, decidió retirarse para regresar a su casa, se despidió de su anfitrión y de los invitados, montó su caballo e inicio el viaje de retorno.

A las 00:00 en punto pasó por la cascada de Peguche y de pronto el caballo se detuvo. Por más que el hombre intentaba hacerlo andar, el animal no se movía. Ante esto, el Jefe Político pensó que lo mejor sería bajarse de este para revisarlo, cuando lo hizo se dio cuenta que echaba espuma por su hocico.

A pocos pasos vio algo que le llenó de terror, un ser que no tenía rostro ordenaba a varios indígenas que se formaran en fila. Cuando estuvieron listos el misterioso personaje llamó al primero de la hilera y con una gran espada le cortó su cabeza, lo mismo hizo con los siguientes.

El Dato
Las leyendas son parte de la cultura de algunas comunidades indígenas.

El hombre creyó que deliraba y se dirigió hacia la cascada para tomar un poco de agua y refrescarse, al acercarse a la chorrera de agua visualizó que en el centro de la corriente se encontraba un ser extraño y repugnante que tenía dos grandes cuernos y una cola espantosa: era precisamente quien daba la orden al verdugo para que corte las cabezas de la gente que se encontraba en el sitio.

En ese mismo instante, el caballo salió despavorido del sitio y, para suerte del político, logró sostenerse de la cola del animal y huyó con este.

Al llegar al centro de Otavalo, el individuo, muy asustado, se topó su cabeza para cerciorarse que se encuentre completo, sano y salvo, dándose cuenta que estaba libre de todo mal. El caballo, en cambio, no corrió con la misma suerte, pues cayó enfermo y al siguiente día, a las 00:00 en punto, murió. (MLY/PT)