Mantenerlos distraídos

Daniel Márquez Soares

Toda empresa u organización tiene personas incompetentes en sus entrañas. Unas veces son muchas y otras, pocas, pero es inevitable que en la nómina se cuelen los sofisticados lamebotas, los parientes y amantes de directivos, los buenos para nada expertos en superar exámenes de selección, los que entran para rellenar cuotas, etc. Su presencia y su sueldo constituyen una injusticia, pero mientras se limitan a cobrar el cheque mensual no son más que una discreta, casi imperceptible, carga económica.

El problema surge cuando los incompetentes intentan participar. Cuando esa mezcla de incapacidad, complejo, ambición y poder echar a andar, termina estallando como una bomba termonuclear en el sistema nervioso central de la organización. Por eso, las buenas empresas son capaces de distinguir claramente a los competentes de los incompetentes y, con gran genialidad, logran que los últimos no se sientan mal por no hacer nada más que cobrar. Una buena gerencia es capaz de evitar, en todo momento, que un incompetente sienta deseos de hacer algo.

Por eso, resulta inconcebible la reacción ciudadana al descubrir que la asambleísta Wendy Vera estaba comprando bisutería durante la sesión. Los ecuatorianos deberíamos estar agradecidos e incentivarla a que lo siga haciendo. ¿No nos hemos puesto a pensar en qué pasaría con el país si es que asambleístas como Vera, cuya principal propuesta de campaña, al ritmo de salsa choke, era ayudar a convertir a todavía más ecuatorianos en proveedores del Estado, se dedicaran a legislar y a participar?

Es absurdo quejarse cuando un sistema mal diseñado arroja malos resultados. Nuestra democracia no solo permite, sino que exige que el pueblo elija a sus autoridades y, al mismo tiempo, restringe el apoyo que los partidos pueden recibir y los montos y el tiempo que pueden invertir para la formación y promoción de sus cuadros. Es inevitable, dadas esas circunstancias, que ese sistema favorezca y exija personajes ya conocidos por el grueso de la población, que además encarnen su mentalidad, sus aficiones y sus prácticas, como caciques locales o estrellas de farándula. En el fondo, deberíamos sentirnos afortunados, porque, hasta ahora, la apuesta nos está saliendo barata.

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