Perdones humillantes

Carlos Freile

En el cuento de Saint-Exupéry, el Principito viaja a varios planetas y en el primero se encuentra con el Rey. Este, con el fin de retenerlo y mandar aunque sea sobre un solo súbdito, lo nombra ministro de justicia y le dice: “Me parece que en alguna parte de mi planeta hay una rata vieja. La podrás juzgar. Cada cierto tiempo la condenarás a muerte. Su vida dependerá de tu justicia, pero le perdonarás, así siempre la tendrás a tu disposición”. Esta afirmación del monarca se puede aplicar a las relaciones interpersonales, pero también a las políticas, sobre todo en los casos de gobiernos autoritarios con burócratas contagiados de esa enfermedad.


El funcionario de tal laya convierte a todos los ‘súbditos’ de su planeta en ratas viejas, siempre en peligro de caer bajo la condena a muerte, de él dependerá si la rata sigue con vida social, política, económica, si puede seguir usando su voz no para cantar loas al rey sino para analizar, denunciar; y sus manos no para aplaudir sino para poner el dedo en las llagas. El funcionario, de cualquier nivel, pide justicia, exige reparaciones y perdona. Los demás siempre gemirán bajo el temor de ofender y de no merecer la magnanimidad del personaje.


Quien así perdona no lo hace por bondad, sino por cálculo, finge comprensión altruista, pero padece del síndrome del perdonavidas, del ser superior, que expresa no amor sino poder; manda la señal de que el dominio sobre conductas y conciencias reposa en sus manos.


Esta forma de perdón no ennoblece al perdonado, lo humilla, lo mantiene a la expectativa temerosa, si es que se deja doblegar, de caer en desgracia una próxima vez, con la espada de Damocles sobre su cabeza: ¿Esta vez me perdonará?


Y todos los súbditos sabrán que su vida depende de la justicia subjetiva de quienes se autodesignan dueños del bien y del mal. Pero por eso mismo, estos soberbios, tarde o temprano serán arrojados del Paraíso, que ellos creen eterno; y serán juzgados por un Juez incorruptible, ancla de la verdad y del bien permanentes, no sujeto a fidelidades mezquinas y caducas.