Duro de aceptar


Daniel Márquez Soares

Estamos esperando la lista de Odebrecht con el mismo fervor con el que se aguarda el revelador final en una obra de suspenso. Tal y como un thriller se construye alrededor del nombre del asesino, y su identidad es la que dota de sentido a toda la historia, los corruptos son los chivos expiatorios llamados a darle coherencia al relato de nuestra tragedia nacional. Se supone que, al igual que en las películas de pistoleros, basta con sepultar a los malos para que florezca la prosperidad.
Como buenos latinoamericanos, creemos que somos ricos, pero nos roban. No somos pobres ni poco bendecidos, tampoco derrotados. El problema es que nosotros mismos nos saqueamos unos a otros. Por eso odiamos tanto al corrupto; no es una aversión que nace de la ética ni del legalismo, sino de la urgente necesidad de creer que son ellos los que jodieron al país (porque se supone que el país estuvo bien alguna vez).
Desgraciadamente, aunque recuperemos cada centavo que se han robado y lo repartamos equitativamente, y por más que encontremos y colguemos hasta al último corrupto, seguiremos siendo un país pobre. Porque toda la narración que hemos construido está erigida sobre mentiras. Nos gusta decir que hemos recibido por petróleo un monto mucho mayor al del Plan Marshall, pero olvidamos que la Europa que recibió ese dinero ya tenía una base industrial, gente capacitada, productos posicionados y mercados establecidos. Nos convencemos de que tenemos muchos recursos, pero si comparamos nuestra riqueza con la de países como Arabia Saudita, Kazajstán o Angola, que tienen poblaciones no tan mayores a la nuestra, vemos que somos poco más que pordioseros. Queremos inspirarnos en Corea, pero optamos por ignorar que nosotros no somos un punto estratégico en la Guerra Fría destinatario de billones en ayuda. Pero lo que más hemos olvidado es, al igual que sucede con las personas, hay muchos países que, pese a ser honestos, pacíficos y bien administrados, no son ricos.
No somos pobres por ladrones ni por derrochadores, sino porque somos pocos, estamos lejos, nuestra tierra es dura y, sobre todo, porque recién estamos empezando. Deberíamos tener eso presente, recordarlo y enseñarlo día a día, en lugar de dárnosla de ricos.


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