El mismo pueblo

Daniel Marquez Soares

Nos encanta burlarnos de la supuesta volubilidad ingenua de los compatriotas a los que juzgamos atrasados y primarios. Nos encanta repetir, entre risas, la historia de esas supuestas tribus de la Amazonía que empeñan su territorio a cambio de relojes y baratijas que les regalan las empresas petroleras; se supone incluso que, a veces, exigen vehículos todoterreno para manejarlos por pura diversión, a pesar de que cuentan apenas con unos pocos cientos de metros de vías pavimentadas.


Nos gusta hablar, con aires de burla y condena, de los pobres que, sin tener siquiera suficientes recursos para comer, usan los subsidios gubernamentales para adquirir televisión por cable. También está en la lista de usuales agraviados la masa de campesinos miserables que, en lugar de invertir en educación, salud o vivienda, derrochan sus escasos recursos en alcohol y se endeudan de por vida para financiar alguna celebración popular.


Tanta autocomplacencia resulta risible. La población ecuatoriana urbana, supuestamente educada y con ínfulas de globalizada, sufre de los mismos males que ese sector al que tanto critica por su falta de prioridades, irracionalidad y propensión al derroche. Quizás sea absurdo entregar yacimientos petroleros a cambio de un par de relojes, antibióticos y bebidas azucaradas, pero no es tan diferente a despilfarrar en cuatro décadas medio trillón de dólares importando vehículos, ropa o accesorios para el hogar.


Poco distingue al jefe tribal que recorre un kilómetro de carretera una y otra vez con su 4×4 regalado por la empresa petrolera del gran empresario importador que conduce su camioneta gigante todos los días de la casa al trabajo. No es una diferencia de condición, sino de grado: ambos son bárbaros que emplean e idolatran tecnología que desconocen, y están dispuestos a sacrificar lo poco que tienen con tal de acceder a ella.


Poco puede criticar el oligarca con sus bodas familiares con whisky, comida y decoración importada, del prioste de pueblo que bota la casa por la ventana o del pobre con televisión por cable. Seguimos siendo ese mismo pueblo ignorante, fascinado por tecnologías que quiere tener, pero no quiere entender.

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