Capaya

Jorge Oviedo Rueda

¿Ya se dio cuenta, amigo lector, qué hay detrás de todo este circo de la corrupción? A estas alturas, como dice un ocurrido tuitero, a mí es al único que no le ha llegado la plata de Odebrech, porque a todos, vieja (Lasso, Cynthia) y nueva derecha (Correa, Glas) les ha llegado el embrujo de ese poderoso caballero.


Pero, ¿de qué nos admiramos? Lástima que la Historia se enseñe tan mal en nuestro medio, pero la corrupción ha sido el pan de todos los gobiernos desde inicios de la república. Los conservadores en el siglo XIX fueron corruptos, la plutocracia liberal del siglo XX, el velasquismo, el poncismo, el placismo, los neoliberales, los socialdemócratas, el populismo, en fin, todos. Si en alguno no saltó la liebre de la corrupción, se debió a la habilidad de sus protagonistas para ocultarla y no a su inexistencia.


Capaya debe convertirse en el símbolo de la corrupción, porque en ese nombre se resume toda la perfidia de las clases dominantes para hacer de la política un negocio lucrativo. Rafael Correa miente cuando dice que ahora el Estado le pertenece al pueblo. ¡Jamás! Un Estado que permite el robo a todos, fusionados en el mismo interés de lucro, jamás será un Estado popular.
La corrupción no se podrá eliminar nunca, pero cuando basemos la moral en un espíritu de sacrificio y el servicio a las mayorías y no en el afán de lucro individual, podremos reducirla a una mínima expresión.


Lo realmente grave en el caso del presente circo electoral, es que Rafael nos quiere convencer de que él y sus seguidores están por arriba del bien y del mal porque son socialistas. Nada de eso es cierto. Correa puede ser el mejor de los gobernantes burgueses, pero en Ecuador todavía no ha surgido un líder de izquierda, verdaderamente revolucionario.


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