Nos da igual

Daniel Marquez Soares

Nos gusta cobijarnos en la creencia de que, cuando las cosas van ya terriblemente mal, la historia llega a un final definitivo, como si se tratara de un videojuego que alcanza el “Game over” o una película que nos arroja el rótulo de ”Fin”. Si en una discusión se abordan escenarios catastróficos, sea la salida de la dolarización, la erupción del Cotopaxi o el fin de los subsidios, la reacción del interlocutor suele ser algo como “ahí sí se acaba todo” o “de ahí ya no hay salida”; como si, a partir de ese punto, ya no fuese posible planear, debatir y decidir.


Desgraciadamente, no existen los finales. Sin importar qué tan inconcebible e intolerable sea una situación, la vida continuará, el reloj seguirá avanzando y la historia seguirá desenvolviéndose. Si es que se concreta cualquier escenario de esos que nuestras mentes se rehúsan siquiera a imaginar, los ecuatorianos de entonces tendrán que hacerle frente y encontrar la manera de salir a flote. Por eso, no es solo cobarde, sino también irresponsable, seguir engañándonos y negándonos a tomar decisiones cuando nos enfrentamos como país a problemas demasiado complejos. No existe ese botón de “reset” en el que parecemos confiar inconscientemente y el cual nos hace creer que, si las cosas empeoran demasiado, terminarán de alguna forma arreglándose solas. Todo pueden empeorar incesantemente.


Ecuador ha pagado ya un precio demasiado alto por ese cinismo fatalista y perezoso. Hemos votado de forma suicida por gobernantes nihilistas, cuya única promesa era hacer que le inevitable decadencia fuese ruidosa, violenta y escandalosa. Hemos aceptado vivir secuestrados por burócratas venenosos, tecnócratas charlatanes y oligarcas rentistas. No nos ha importado que nuestra gente más productiva y prometedora termine domada y castrada, sacrificada como corderos en el altar de la resignación. Y todo esto lo hemos hecho al ritmo de la cantaleta de una intelectualidad y una clase rectora que nos garantizan que este país jamás llegará a nada.


Ya hay que dejar de perder el tiempo y, en lugar de llorar pensando en todo lo que nos falta y añorar aquello que jamás se tendrá, echar mano de lo que sí tenemos para así conquistar todo aquello que sí está a nuestro alcance. Hay que tener presente eso ante la urna el domingo.


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