Devotos de la ira

Daniel Marquez Soares

Los intelectuales y tecnócratas hípsters, empáticos y creativos, suelen repetir que los estudios científicos han demostrado que la alegría se esparce más rápido que la tristeza en el tejido social. Esta media verdad suele emplearse como truco retórico para vendernos una serie de productos, desde bebidas y ropa hasta apps y software, que hemos aprendido a asociar con “felicidad”.


También sirve para convencernos de que adoptemos ese credo moderno del pensamiento positivo, la actitud proactiva, el espíritu emprendedor y demás ficciones; se supone que si hay tristeza en nuestro ser o a nuestro alrededor es simplemente porque hemos sido negligentes al momento de esparcir felicidad.


La mitad de la verdad es que felicidad se extiende más rápido que la tristeza. La otra mitad, la que no les gusta a los profetas de la felicidad, es la que tres investigadores de la Universidad de Beihang descubrieron, tras una amplia investigación en redes sociales: la emoción que más rápido se propaga, de largo, es la ira. Cada vez hay más estudios que lo confirman: puede que los felices le ganen la carrera a los tristes, pero nadie puede competir contra los rabiosos y los odiadores.


Gran parte de esta ventaja proviene, afirman los investigadores, del hecho de que la felicidad solo se propaga entre conocidos cercanos; es decir, la felicidad de alguien a quien estimamos y conocemos se apoderará también de nosotros. No obstante, la dicha de un desconocido no nos vale de mucho.


La ira parece contagiarse entre desconocidos; cuando vemos alguien a quien no conocemos ni nos importa descargando su veneno en las redes sociales o en la vía pública le prestamos atención y corremos el riesgo de identificarnos con él en un grado que difícilmente se repetiría si es que estuviese compartiendo sus alegrías.


Ecuador vive una época enferma en la que cualquiera puede, con razón o sin razón, amparado en la verdad o prescindiendo de ella, acudir a las redes sociales y acusar a alguien de abusador de mujeres o pedófilo. La turba se deja seducir por la ira que tales temas desatan y, en el proceso, dejamos como sociedad a un lado todo debido proceso o noción de justicia. Eso no está bien.


[email protected]