Verlos humillarse

Daniel Marquez Soares

Diversos testimonios y relatos coinciden en que los narcotraficantes latinoamericanos suelen ser especialmente crueles con esas bellas modelos, “muñecas del narco”, que se arriman a ellos en busca de fortuna. Se supone que a los patrones les gusta, además de abusar de ellas y maltratarlas, ver a estas damas degradarse voluntariamente. Por ejemplo, luego de un día de lluvia, colocan un vehículo nuevo, lleno de dinero y joyas, en la cima de una pequeña loma cubierta de lodo y charcos; luego organizan una competencia entre las modelos, a quienes se les promete que la primera en llegar al vehículo puede quedarse con él. La carrera es a pie y en paños menores. A los hampones les divierte inmensamente ver a esas linduras arrastrarse por el lodo, en un frenesí de codicia, halándose de los pelos unas a otras, para hacerse con el premio.


El placer de los traficantes está en confirmar que esas bellas y refinadas mujeres, aparentemente tan puras e inocentes, tienen un alma tan podrida, enferma de codicia y carente de escrúpulos como las suyas.


Los miembros de la antigua “partidocracia” o “los mismos de siempre” deben estar experimentando en estas épocas un placer muy similar al de los narcotraficantes de aquella historia. Al momento de perseguir el botín que la suerte les puso en frente, sus enemigos resultaron ser iguales que ellos. La revolución que, hace pocos años, los denigraba y les restregaba su naturaleza pura, limpia y patriota ha terminado convertida en lo mismo que ellos: codiciosa y manchada, sin honra ni prestigio, condenada a defender la poca cara que le queda con demandas, disparando medias verdades, confiando en que el espíritu de cuerpo y la lealtad tribal evitarán la debacle, agitando las banderas del “eso no es ilegal”, “no sabía” o “todo gobierno ha sido así”.


Un bello proverbio árabe reza que, en tiempos de mucha corrupción, la mejor bendición que puede tener un hombre honesto es un rebaño de ovejas. Este le permite alejarse de todo y sobrevivir honestamente. Ahora, para la mala época, tenemos que buscar a los que estuvieron cuidando su rebaño; no a los que estuvieron gateando en el lodo ni, peor aún, celebrando que todos resultaran ser igual de malos que ellos.


[email protected]