La vaca con larvas

Daniel Marquez Soares

En nuestro medio es común citar la máxima de Winston Churchill de “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas” como una declaración de virilidad o soberbia disposición al sacrificio. A nadie le gusta recordar el elemento, mucho menos espectacular y regocijante, de humildad, de resignada asunción de la propia incompetencia, que esconde aquel discurso. El “león inglés” sabía que su pueblo necesitaba y esperaba un salvador, por lo que le atormentaba la certeza de que lo único que él podía garantizar era sufrimiento y privaciones en una escala inimaginable. No es una cita soberbia, sino una melancólica.


Nuestros candidatos presidenciales, en contraste, exhiben una arrogancia asombrosa. El ganador tendrá que recibir a porta gayola una crisis descomunal, pero no importa: todos necesitan menos de diez minutos para, en un discurso cualquiera, ofrecer soluciones para todo. Están dispuestos a decir cualquier cosa, menos aquella verdad que últimamente todos hemos preferido olvidar: que nuestro país es dificilísimo de gobernar y encaminar.


Si la crisis de 1999 nos enseñó a dejar de ser perezosos y especuladores, esta nos enseñará a ser más humildes. Rafael Correa, con todas sus virtudes y su pasado inmaculado, era el principal exponente de esa forma de pensar narcisista que reza que nuestro país es riquísimo y que es pobre solo porque ha carecido de administradores competentes. Ahora aprendimos por las malas que nuestro país no es tan rico ni nosotros tan competentes como creíamos; que aquellos que fracasaron en el pasado no eran tan malos, sino que la tarea era difícil.


Ecuador es como una vaca debilitada, completamente cubierta de larvas, con gente a cuestas. El gobernante tiene que sacar las larvas pacientemente, una por una, porque si las arranca con violencia se rompen, infectan a la vaca y esta muere enferma. Las larvas se reproducen y amenazan también con apoderarse del cuerpo del comedido; tiene poco tiempo para la tarea y debe aguantar los reclamos de quienes van montados: lo acusan de cobarde por no matarlas de un solo manotazo, de incompetente por no sacarlas más rápido y de corrupto porque se le subió a la muñeca; los más gritones suelen ser los descendientes directos de quienes, por solo ordeñar, dejaron que la vaca se llenara de larvas. No es un trabajo fácil.


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