Ojalá odiaran

Daniel Marquez Soares

Es difícil definir la sensación que queda cada vez que el gobierno se lava las manos frente a la corrupción. Decepción, ira, indignación, asco; ninguna palabra basta y todas son deprimentemente inexactas al momento de nombrar el vacío que deja escuchar a los hombres más poderosos de nuestro país decir que no se puede encarcelar a la gente sin pruebas, que combatir el peculado es muy difícil o que poco o nada han podido hacer para prevenir el saqueo.


No se puede entender por qué el gobierno no ha demostrado hacia los corruptos la misma capacidad de perseguir, hostigar, calumniar, infiernizar la vida y movilizar a la opinión pública que ha destinado a los opositores, periodistas o activistas que juzgan enemigos de la revolución. Hubiese sido bueno que, ya que no tenían pruebas y el código penal no les alcanzaba, les dedicasen también a los corruptos enlaces sabatinos, cadenas nacionales, videos difamatorios en YouTube, ofensivas de trolles y ese larguísimo etcétera de instrumentos que este gobierno ha usado para atizar contra sus adversarios la sinrazón de la muchedumbre cada vez que la razón legal no ha estado de su parte. O, mejor aún, ¿por qué no torcer el marco jurídico y-ser condescendiente con los excesos legislativos al momento de perseguir corruptos tal y como lo han sido al momento de aprobar leyes de comunicación, reformas tributarias o endeudamiento inmoral?


Cuesta creer que este régimen odia la corrupción porque, ante todo, no actúa hacia los corruptos ni con el furor ni con el vigor que inundan las almas de quienes odian de verdad. Por más que intenten engañarnos, todos sabemos que las revelaciones de Petroecuador no son obra del gobierno, sino de ese informante anónimo que dio inicio al escándalo de los Panama Papers.


Más de una vez, la ciudadanía honesta ha soltado una mueca de asombro y decepción al ver al gobierno engrosar sus filas con personas descalificadas. Y más de una vez se ha hundido en la incredulidad y la vergüenza ajena al ver al presidente Rafael Correa defenderlos sin empacho. Al final, ante la evidencia, la receta del mandatario es la misma: hacerse el pobrecito engañado y pedir perdón al país por ser ingenuo. Las omisiones sazonadas con conveniencia política se asemejan mucho a la cobardía.


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