Obviar la salud

Daniel Márquez Soares

Los factores que determinan nuestro mundo suelen ser mucho más vulgares y simplones de lo que nos gusta admitir. En Ecuador, por ejemplo, reinaba la máxima de que no había buen presidente con un precio demasiado bajo del barril de petróleo ni presidente malo con un precio alto. Bill Clinton, a su vez, puso de moda en una de sus campañas aquel eslogan de “es la economía, estúpido”, recordándole al mundo que, más allá de discursos, aspiraciones o altos ideales, lo que mueve a ciudadanos, gobernantes y a la democracia en general suele ser, principalmente, el dinero. Igualmente, en la lucha por el poder entra en juego un elemento que la mayoría de personas suele obviar u olvidar, como si mencionarlo fuese de mal gusto: la salud. Todos los estudios científicos acerca de cómo algunos líderes consiguen hacerse con el poder total, entre ellos el célebre ‘Manual de los dictadores’, de los matemáticos Bruce Bueno y Alastair Smith, destacan siempre que el vigor del gobernante es el primer factor. Seguimos siendo primates; nada genera más miedo, inestabilidad, peleas intestinas y conspiraciones que un jefe al que sus subordinados perciben como enfermo, débil o moribundo.


La historia está llena de ejemplos. El poder y el éxito de los Habsburgos en España fue inversamente proporcional al grado de enfermedad y debilidad de cada generación. Las dictaduras de Franco, Stalin o Salazar no se terminaron por oscilaciones ideológicas ni vaivenes políticos, sino por motivos anatómicos y fisiológicos. Fidel Castro, al igual que los ancianos que regían la antigua República Democrática Alemana, estaban obsesionados con enmascarar su declive y proyectar una imagen de salud, fuerza y eterna juventud. Vladímir Putin le tiene miedo solo al envejecimiento; he ahí el motivo de sus cirugías plásticas, su hipermasculinidad y su fanatismo por el deporte. En Estados Unidos era terminantemente prohibido mostrar fotos de Franklin D. Roosevelt en silla de ruedas, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, para que la gente no dudase de él; su parálisis se mantuvo siempre en secreto.


Los ecuatorianos deberíamos tener muy presente esta realidad; probablemente, nos esperan tiempos de muchísima inestabilidad.


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