El veredicto del capricho

Daniel Márquez Soares

La italiana Tiziana Cantone, de 31 años, se suicidó pocos días atrás. La mujer se había convertido en una celebridad desafortunada, luego de que se popularizara accidentalmente un video casero, en que se la ve manteniendo, con gran jovialidad, relaciones sexuales con una antigua pareja. En teoría, esa poco envidiable notoriedad la llevó a tomar la decisión de matarse. Estaba cansada del acoso, las burlas y las etiquetas. Se había cambiado de trabajo y de ciudad, y buscaba que el video fuese eliminado de los sitios en que se lo podía encontrar.


La reacción general ha sido la de horrorizarse y señalar a Cantone como una víctima, una especie de doncella linchada y descuartizada por la despiadada turba mediática. En un mundo con personas enfermas y moribundas que se aferran a vidas muchas veces miserables, que están dispuestas a hacer e intentar lo que sea con tal de aguantar un día más, la opinión pública no se horroriza ante la contradicción de una persona sana, joven, con recursos, bella y bendecida con la suerte de nacer en una sociedad próspera que opta por quitarse la vida por algo como el qué dirán.


Detrás de esa forma de pensar existe una serie de supuestos cuestionables y preocupantes. El primero es creer que el qué dirán, la turba, la muchedumbre tiene la obligación de ser bondadosa, justa y bienintencionada con los individuos, y que, si no lo es, se la puede educar. El segundo, creer que puede haber armonía entre los individuos y el qué dirán: que el individuo debe, no solo preocuparse por este, sino también exigir un trato correcto. Al educar a la gente en estos supuestos, estamos creando una generación de incompetentes, esclavos del qué dirán y el chismerío.


Sobre todo en estos tiempos de redes sociales, la relación con la muchedumbre solo puede basarse en la resignación que conlleva la razón y en la valentía. La opinión pública siempre será injusta y caprichosa, pero todo ciudadano inteligente puede optar por ignorarla. El bochorno, la infamia y el insulto pueden ser reales, pero uno también puede elegir tener coraje y seguir adelante. Es difícil sentir lástima por los cobardes mimados que aspiran al cariño de la turba.


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