Protagonismo a la fuerza

Daniel Márquez Soares

Pocas ideas son tan peligrosas como esa creencia en el poder de la voluntad, una noción muy reciente en la historia de la humanidad. Durante la mayor parte de nuestra existencia como especie, los seres humanos vivimos conscientes de nuestras limitaciones, conocedores de nuestras carencias y, sobre todo, muy respetuosos del poder del azar y la coincidencia. No obstante, hace apenas un par de siglos, comenzamos a abrazar y aplaudir la idea, antaño soberbia y pecaminosa, de que la voluntad todo lo podía. Más de un filósofo construyó todo su sistema de pensamiento sobre el elogio y el fomento de la voluntad individual, en la convicción de que los seres humanos, con suficiente trabajo y tenacidad, eran capaces de alcanzar todo aquello que desearan. Muchas ideologías despiadadas y violentas brotaron, desde el siglo XIX, de esta creencia, al igual que radicales reformas educativas y transformaciones de la ética laboral y ciudadana. Apenas ha pasado un siglo y seguimos bajo el influjo de esa creencia, que se manifiesta ahora en diferentes conceptos y productos: “El pensamiento positivo”, “El secreto”, etc. Ignorar las probabilidades, desafiar la realidad y descartar el raciocinio como “derrotismo” se han vuelto hábitos intelectuales muy comunes entre nosotros.


Lo más ardientes seguidores de esta escuela son aquellos a los que alguna vez la suerte les dio razón, que tuvieron la fortuna de que sus sueños se hicieran realidad. A partir de entonces, optan por ignorar todos los factores ajenos a su control que incidieron en su buenaventura y se convencen de que lo lograron todo solos, a pulso. Suelen pasar el resto de la vida buscando reeditar su suerte, cosechando decepciones por querer, armados solo de voluntad, conquistar todo solos y a empellones.


El gobierno actual está dirigido por devotos creyentes de esta idea, que piensan que con suficiente tenacidad pueden conquistar lo que sea, tal y como lo hicieron en 2007, cuando pasaron del anonimato al poder total. Por eso persiguen el desarrollo económico y la relevancia internacional a la fuerza, como si el ímpetu, el ruido y la bravata bastasen para doblegar a las fuerzas y actores más poderosos de la realidad mundial.


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