Un reciente fracaso

Daniel Márquez Soares

Todo ecuatoriano tiene la obligación cívica de deprimirse ante las filas de miles de jóvenes que buscan hacerse con un puesto en la Policía Nacional. Algo estamos haciendo mal si es que la nueva generación, llena de energía, futuro y con mucho la mejor educada de nuestra historia, no aspira más que a un uniforme, con el sueldo garantizado y el respeto impuesto que conlleva.


Tan mal estamos que, justamente, los jóvenes destacan el ingreso seguro y el desempleo rampante, mas no la vocación de servicio y protección, como las principales motivaciones para enlistarse; algo está mal si es que la labor policial no está pareciendo lo suficientemente sacrificada y peligrosa como para disuadir a esos que buscan apenas comodidad y seguridad.


El cáncer del rentismo ha terminado por extenderse a todas las generaciones, clases y rincones del país. Ahora que, por ejemplo, se avecina la campaña y un cambio de gobierno, veremos a muchos de nuestros más destacados ciudadanos entregados a una misión idéntica a la de los jóvenes aspirantes a policías: asegurarse una porción del dinero público. Un pelotón de oportunistas acechará a los candidatos más opcionados y el ganador tendrá que vérselas con sucesivas procesiones de aduladores suplicantes de un puesto.


Es difícil cambiar si es que crecemos viendo a nuestros padres, jefes y héroes ganarse el sustento a través de espacios conquistados por medio de la obsecuencia, las intrigas cortesanas y las relaciones interesadas. Así, hemos terminado por construir un país que no incentiva la creación, el comercio o la administración, sino la habilidad de arrimarse al poder, servirle incondicionalmente y lucrar de las migajas que caen de su mesa.


Los cínicos tienen razón cuando afirman que la adulación, el rentismo y el arribismo son tan viejos como la humanidad. No obstante, suele ser, en medio de una sociedad creadora y trabajadora, la marca de clase de una minoría inútil que pulula en los pasillos de los palacios. Ninguna sociedad puede prosperar si es que la mayoría de su gente opera bajo esa lógica, si es que nadie quiere construir la riqueza sobre la que después se abalanzan los parásitos.


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