El mundo patas arriba

Hace pocos meses, un joven norteamericano denunció el negocio que cierta institución promotora del aborto realiza con órganos de los fetos a quienes no se les permitió nacer. Esta institución recibe miles de millones de dólares del Estado porque, según ese criterio malsano, defiende la salud. El joven, David Daleiden y su colaboradora Sandra Merritt, enfrentan la posible condena a 20 años de cárcel por el cargo de “compraventa de órganos” de niños abortados, pero la institución abortista queda exonerada por venderlos (!). Uno de los argumentos en contra del denunciante es que usó indentidad ficticia para filmar los videos en que se demuestra la venta; sin embargo, en los Estados Unidos esta práctica es común en el periodismo de investigación. La opinión pública norteamericana quedó impactada no solo por la venta sino por “la extrema inhumanidad de los aborteros al hablar con una llamativa indiferencia, o con bromas gruesas, sobre los cuerpos de los niños asesinados. (Los textos entre comillas son de Carmelo López-Arias, periodista español).


El asesinato de niños no nacidos es el mayor crimen que la humanidad comete en nuestros días; y digo asesinato porque “eso” que se halla en el vientre de la madre es un ser humano, lo dice la ciencia: tiene un AND específico, no se trata de un vegetal ni de un animal irracional. Es claro que le falta desarrollarse. Algo igual pasa con la semilla de un guayacán, si no se la siembra no llegará nunca a ser árbol, pero es un ser de naturaleza vegetal. Nadie dice que una plantita de eucalipto es un árbol y con ella se pueda hacer leña, pero es de tal especie, dudarlo sería irracional. Es irracional condenar a quien fingía comprar órganos y no a quien los vendía.


El mundo está patas arriba, como escribió José Santos Discépolo, a quien nadie podrá acusar de conservador o devoto: “Todo es igual, nada es mejor…” Para que haya algo mejor se requiere un sistema de valores sin prejuicios sobre edad, sexo, cultura, etnia, fortuna.


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