Ruidoso y desequilibrado

Cada vez que se lleva a cabo una elección o una encuesta, la oposición debe vérselas con un trago amargo: los correístas son más de los que aparentan. El Régimen es el campeón histórico del voto vergonzante.


El silencio de los correístas sería inexplicable. Las simpatías inconfesables suelen ser patrimonio de las minorías y de los subyugados, no de los dueños indiscutibles del poder político en su más indómita expresión. No obstante, este comportamiento resulta ser lógico y comprensible cuando el factor Correa entra en juego.


Sus seguidores no necesitan expresar su apoyo, sus ideas ni sus puntos de vista porque este, por sí solo, basta y sobra para hacerlo en cada sabatina y en cada ocasión en que tiene una grabadora o cámara de la prensa ante sí. ¿Para qué hablar si cualquier cosa que diga la puede decir mejor Correa? ¿Para qué pelear y discutir, arriesgándose incluso a perder, si es posible esperar a que con su verborrea y artillería propagandística arrase los argumentos de los opositores?


En la oposición sucede lo opuesto. La falta de liderazgo, de una voz superior dotada de argumentos más elaborados e información más valiosa que la del opositor común ha hecho que todos alcen la suya la misma al tiempo. Como no hay quien hable por ellos, quieren hablar todos a la vez. Por eso generan tanto ruido, alboroto, alharaca, en las redes sociales, en las calles, en los medios privados o en el mundillo intelectual, y por esos sus argumentos suelen ser, muchas veces, de tan baja estofa. Mas son muchos menos de lo que parecen y, sobre todo, menos de cuántos creen ser.


Las próximas elecciones serán más beneficiosas para el país si Correa habla menos y su gente habla más, y si la oposición encuentra un líder que se pronuncie más, para que su infantería opine menos. El Gobierno tiene argumentos valiosos que Correa no menciona y la oposición puntos de vista legítimos que, desgraciadamente, se están perdiendo en el torrente de odio y envidia que consume a muchos de sus miembros. Hoy lo que tenemos se asimila a un oso frenético gruñéndole furioso a una manada de bulliciosos primates.


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