Blandos al poder

Basta fijarse en los resúmenes noticiosos del año para darse cuenta de que el tipo de liderazgo en el mundo ha cambiado. Hace poco menos de un siglo, la política y el arte eran estelarizados por sujetos con carácter fuerte, sólidas virtudes, vicios inocultables y, sobre todo, prácticas y opiniones que, de tan claras y radicales, servían en igual medida para atraer simpatizantes y marginar disidentes: Churchill, Roosevelt, Lenin, Adenauer, Picasso, Freud eran, en cierta medida, personajes típicos de esa época. Incluso hace apenas pocas décadas, con políticos a lo Thatcher, Reagan o Fidel, líderes religiosos como Juan Pablo II, o deportistas y artistas como Borges, Greene, McCarty, Maradona, Jordan, el mundo parecía amar ese tipo de personalidades que, como barcos rompehielos, buscaban el choque, lo asimilaban sin problema y dividían todo a su paso.


El público privilegia a otro tipo de personalidades: conciliadoras, amistosas, tolerantes, sonrientes, llevaderas; tan admirables como tibias. Obama, el papa Francisco I y Angela Merkel encajan en ese molde del nuevo tipo de líder cuyas opiniones están diseñadas para gustar a todos, que se rehúsa a establecer diferencias insalvables con sus oponentes, evita mostrar sus virtudes en demasía para no atraer envidia ni resentimiento, y enmascara sus vicios y defectos para mostrarse, aunque desabrido, libre de todo riesgo y toxicidad, como comida de hospital.


Incluso las personalidades de la farándula, como Messi y Cristiano Ronaldo, o Brad Pitt y Angelina Jolie se han vuelto exasperantemente correctos. Los que quedan de la vieja cepa, como Putin y Erdogan, son considerados reliquias de un pasado bárbaro y evidencia de la supuesta naturaleza peligrosa de las culturas a las que pertenecen.


Ahora somos así. Todos nos creemos dueños, reyes y protagonistas de nuestro mundo. Ya no queremos jefes ni órdenes, sino superiores que nos pidan por favor y busquen a diario caernos bien.


Líderes de ese tipo son cómodos para una sociedad, pero no podemos olvidar que hay situaciones extremas que requieren decisiones de las que es imposible salir quedando bien con todos. Ante ellas, los líderes de ahora suelen ceder a la tentación de postergarlas.


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