Lo que era de pocos

En los últimos años, Occidente ha desarrollado una nostálgica fascinación por su pasado reciente. A ambos lados del espectro ideológico y del Atlántico, se extrañan esas primeras décadas de la Guerra Fría, cuando la clase media florecía, los empleados gozaban de una calidad de vida envidiable y el trabajo parecía sobrar. Norteamericanos y europeos lo inventaban todo, lo hacían todo, lo vendían todo y el botín resultante parecía alcanzar, valga la redundancia, para todos.


Pero la alegría era de pocos. El capitalismo de la segunda mitad del siglo XX se basó en dejar a la mayoría fuera de la fiesta. China, paupérrima y aislada, no participaba en el mercado mundial, tampoco lo hacían la comunista Unión Soviética con sus satélites ni la India, sumergida en el socialismo. La África descolonizada, el Medio Oriente que coqueteaba con el marxismo y América Latina, pobre y en su mayoría aún ajena incluso a la modernidad, apenas participaban de este sistema. Era natural que la minoría occidental, monopolizadora de la industria y la innovación, viviese una prosperidad envidiable. El resto, vivía en el limbo.


La misma nostalgia exhiben las esquirlas decadentes que han quedado del estallido de nuestra antigua clase rectora. La clase media empobrecida, los funcionarios venidos a menos o los hacendados en franca caída extrañan ese pasado no tan lejano en el que todos se conocían y Ecuador era pacífico, pequeño y fácil de administrar. Fue una época dorada para quienes mandaban; no obstante, eran poquísimos quienes decidían, participaban y se beneficiaban de nuestro sistema.


En el país y el mundo de hoy, comparado con el de hace décadas o siglos, los recursos son más escasos y la competencia ha aumentado, pero también la actividad económica y creativa es infinitamente mayor y, lo más importante, las personas tienen muchas más oportunidades de participar en el sistema, sobre todo las mujeres, los pobres, las minorías y aquellos nacidos en los países menos afortunados. Es absurdo que nosotros, un país históricamente apartado, con una población mayoritariamente marginada, abracemos y reproduzcamos las nostalgias y amarguras de otras nostálgicas latitudes.


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