Los pueblos no se arrepienten

Solo los hombres individualmente se arrepienten. Todo arrepentimiento es indecente, lo dijo Freud, porque casi todo lo hacemos con conciencia y voluntad, por ello hay la confesión y la cárcel. Pero los pueblos, entidades cada vez distintas y variopintas, obviamente no se arrepienten. Así han triunfado una y otra vez el nazismo, el comunismo y muchos sistemas totalitarios, donde el crimen y la represión han imperado gracias a una cadena de serviles.


En Ecuador no se ha llegado a tanto. Aparte de no haber un buen manejo económico y un derroche y un malbaratar nuestros recursos, audazmente se han impuesto ciertas formas de autoritarismo y discrecionalidad, falta de transparencia y poca valentía para decir por qué hacen ciertas cosas, a pretexto de que se beneficia al pueblo.


El insulto y la descalificación han reemplazado al debate, la propaganda a la información, la hipocresía de que no se ama al poder sino al proyecto político. Esto hace que el Gobierno pierda imagen, se dude su seriedad y de su transparencia. Hipocresía es hablar de paz y perseguir y acosar a los adversarios políticos. Superficialidad es acortar las faldas de las bastoneras, prohibir los ritmos marciales, censurar las corridas de toros y las peleas de gallos e impedir la venta licores los domingos.


La asistencia del Alto Mando Militar a una audiencia judicial en las que se juzgaba a militares que combatieron a terroristas criollos, puede ser calificado de inadecuado, pero lo que evidencia y nadie lo puede negar es que hay desconfianza en el sistema judicial. Para rematar la cadena de dislates el Jefe de Estado anuncia que planifica instalar en Quito un Centro Islámico en la Mitad del Mundo, justamente cuando el Estado Islámico realiza un atentado en París. Los pueblos no se arrepienten, pero sorprenden cuando sabiamente cambian a sus gobernantes.


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