Buscando culpables

Ha llegado la hora de buscar culpables. Al igual que en 1999 o en 2005, activistas, intelectuales, ideólogos y todos los que se interesan por temas públicos rondan, con antorchas y garrotes, el espacio de la opinión pública. Se trata de encontrar a los autores de la debacle que ya empieza y lanzarlos a la hoguera de la ignominia, a someterlos al linchamiento del desprestigio.
En este frenesí de ira y desquite, en el que todo el mundo apunta a todo el mundo y, comenzando por el propio mandatario, nadie está dispuesto a reconocer ni el más mínimo error, no debemos perder de vista la causa primera.


Si hasta hace poco atravesamos una época de prosperidad y seguridad, no fue porque nos la ganamos, ni porque hicimos las cosas mejor. Nos enriquecimos porque tuvimos la suerte de tener, oculto en nuestro territorio, un recurso que otros países necesitaban para echar a andar tecnología que ellos inventaron y vendieron a todo el mundo. Fue pura, llana e inmerecida suerte.


Si nos hemos empobrecido es porque, igualmente, otros países han inventado tecnología que ha hecho que nuestros recursos sean menos importantes, porque otros también tienen ese recurso o porque, sencillamente, quienes nos compraban antes ahora han decidido comprar menos. Nuevamente, la suerte.
Esta realidad, tan obvia y ridícula de mencionar, no debe ser pasada por alto jamás. Nuestra situación y nuestro porvenir como país no dependen de la ideología o el líder que tengamos en ese momento. Sigue dependiendo de la suerte, o, mejor dicho, del destino que otros países decidan, con sus actos, labrar para nosotros.


Por pasar discutiendo cuestiones irrelevantes, es que, en el fondo, no hemos cambiado. Si mañana un golpe de suerte hace que el precio del petróleo se dispare nuevamente, haremos exactamente lo mismo: el Gobierno despilfarrará con el objetivo de mantenerse en el poder, la ciudadanía saldrá corriendo a comprar cosas importadas, la empresa privada volverá a los brazos del Régimen y todos disfrutaremos de cualquier dinero público que el Gobierno bien decida derrochar en nosotros. La preocupación, las discusiones y la repartición de culpas quedarían para después, para cuando el festín termine.
Aunque cambiemos de ideología, nuestra miseria seguirá.


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