La guerra, ese monstruo

El imperio más grande de la modernidad nunca ha librado una guerra en su territorio. El cuestionado ataque terrorista a las Torres Gemelas fue apenas un pinchazo hipodérmico comparado con las masacres brutales de las dos guerras mundiales. Sin embargo, el imperio norteamericano tiene tachonado el planeta con sus bases militares y libra, fuera de su territorio, guerras absurdas.


Durante la Guerra Fría los yanquis inventaron el concepto de “guerra limitada”. Decían que con conflictos focalizados en distintos puntos del planeta se podría evitar la guerra total. Creían que su superioridad bélica les hacía invencibles en el mundo. En Vietnam se dieron con la piedra en los dientes.


¿Lo hacen porque son los adalides de la libertad o porque son los defensores de la democracia? Nada de eso, la única razón que existe es que el ejército norteamericano está concebido como una descomunal empresa de fabricación de armas, cuyo objetivo final es matar gente con bajos costos y altos beneficios. La empresa criminal más grande del mundo.


A los yanquis, la concepción empresarial de la guerra les impide ver la dignidad de los pueblos. No pudieron en Vietnam, tampoco en Iraq ni en Afganistán, ni podrán jamás en Palestina. Su diabólica política creó el Estado islámico que ahora amenaza con devorarles por una pata. Putin ha decidido intervenir a favor de los intereses de Siria, los yanquis no pueden bombardear a los yihadistas, Europa tendrá que apoyar a los yanquis y la “guerra limitada” como concepción se derrumba. El negocio de la guerra está triunfando, sólo que ahora, en una “guerra total”, la eficacia de las máquinas de matar es cinco mil veces superior a las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
¡Madre mía! Solo nos queda decir ¡amén!


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