La censura que empieza

La prensa ecuatoriana ha vivido una de las épocas más funestas de su historia. El eterno pleito con el Gobierno le trajo una vengativa campaña de desprestigio, justificada o no, y la aparición del aparataje mediático oficial. A esto se sumó la exigencia de lealtad incondicional de algunos dueños de medios privados, que contribuyó a dividir al gremio de forma cínica y ridícula. El gran perdedor fue el público, que terminó desinformado y desconfiado, condenado a descubrir que sumar dos medias verdades, una de cada bando, no basta para revelar la verdad completa.


Fue una guerra que se peleó con un variado arsenal. El Gobierno echó mano de la Ley, con demandas, procesos, reformas y demás herramientas encargadas de hostigar a su oponente. Las finanzas también sirvieron para llevar a cabo, a través del manejo de la publicidad oficial, costosos ajustes de cuentas. Como si no bastara, el público tampoco puso de parte y, la falta de consumo de productos informativos han contribuido tanto a la desaparición de importantes medios privados como al empobrecimiento de los contenidos de los medios públicos.


Quizás la peor víctima colateral de esta coyuntura ha sido el futuro del periodismo: nunca sabremos cuántos profesionales se echaron atrás y cuántas iniciativas jamás vieron la luz porque, ante tal panorama político y social, prefirieron dedicarse a otra cosa y, con ello, postergaron aún más un mejoramiento necesario.
Todo esto resulta más preocupante aún cuando nos damos cuenta de que, aunque nos duela, estos últimos años han sido de bonanza. Toda esta guerra, persecución, desquite, envenenamiento y autocensura se ha vivido, al fin de cuentas, en una época de riqueza. ¿Cómo será ahora con la llegada de las ‘vacas flacas’?


En esta época es mejor no decir nada, para no ofender a nadie.

En la escasez en la que estamos, dos telefonazos bastan para dejar a cualquiera en el desempleo absoluto, así que es mejor ver al otro lado y callarse la boca. La vida nos está recordando que no hay mejor garantía de libertad que la prosperidad y nada que fumigue el espíritu crítico más efectivamente que la necesidad.


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